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Colapso moral: La valla, 100 artistas en la Frontera Sur

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Desde el 15 de octubre hasta el 15 de noviembre, la madrileña sala Utopic_US (Calle Duque de Rivas, 5) acoge la exposición La valla, 100 artistas en la Frontera Sur, comisariada por la actriz Amparo Climent, donde se exponen más de 40 dibujos realizados por emigrantes subsaharianos que se han tenido que enfrentar a las concertinas de la frontera de Melilla. Realizados desde el monte Gurugú, sus dibujos expresan sus sueños, sus miedos, sus vivencias. 
        Además de los dibujos de los protagonistas de esta historia, La valla se completa con dibujos y textos de artistas, escritores, ensayistas, etc., que han querido contribuir con sus obras e ideas en la causa de solidaridad que se persigue con esta exposición.
       Mi contribución ha sido este breve texto:
 
"Decía Hannah Arendt que durante el nazismo la respetable sociedad alemana en su conjunto había sufrido un colapso moral. Si bien es verdad que no todos los alemanes colaboraron estrechamente con el régimen nazi, no es menos cierto que en su indiferencia y su pasividad ante el horror, ante lo abominable de los campos de concentración y la represión sistemática, en su silencio impasible, la respetable sociedad alemana se hizo cómplice de la barbarie. La cooperación pasiva permitió que el terror campara a sus anchas.
            ¿Acaso no estamos sufriendo un colapso moral cuando contemplamos lo que ocurre en esos lugares que llamamos fronteras?, ¿no estamos colaborando con el horror?, ¿no somos cómplices de quien dispara?, ¿no estamos dando nuestro consentimiento a que se violen los Derechos Humanos con nuestro silencio? Vemos imágenes a diario, en prensa y televisión, y apenas nos conmovemos. Cuando el horror se banaliza, se desdibujan los límites que separan el bien y el mal. Se difuminan las fronteras en los conceptos morales mientras se fortalecen las otras fronteras, las que separan a los seres humanos de uno y otro lado. Los vemos trepar, sangrar, morir, pero no nos reconocemos en ellos: todavía los vemos demasiado lejos como para ponernos en su piel (una piel que parece que no es como la nuestra). Son otros, no son nosotros, y callamos. Y el silencio nos hace cómplices. Nosotros no apretamos el gatillo, pero nuestra pasividad hace legítimo el disparo.
            No permanezcamos en silencio –ellos son también nosotros– y salgamos de ese colapso moral que denigra nuestra existencia como seres humanos".

David Becerra Mayor

El capitalismo contado por Lope de Vega, Marty McFly y Sarkozy

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¿Recuerdan cuando, una vez reconocida la magnitud de la crisis financiera global, en septiembre de 2008, Nicolas Sarkozy pronunció un discurso en el que señalaba la necesidad de refundar el capitalismo y de construir un capitalismo sobre bases éticas, con rostro humano? Sí, seguro que lo recuerdan. Cómo olvidarlo…


Las palabras del otrora presidente francés no tenían más objetivo que salvar el capitalismo, tratando de hacernos creer en la existencia de un capitalismo bueno. Había que hacerle un lavado de cara al capitalismo, apartando a los corruptos y especuladores, para comprobar que el capitalista seguía siendo el mejor de los sistemas posibles. Cuando se hizo evidente la crisis y el capitalismo mostró su más despiadado rostro, su verdadero rostro, Sarkozy debió sentir la misma perplejidad que sintió Marty McFly, el protagonista de Regreso al futuro, cuando, tras hacer unos viajes en el tiempo a bordo de un DeLorean, regresa a su presente y descubre que nada es como era. El capitalismo pop de la primera entrega de la trilogía, retratado con colores vivos, música bailable, refrescantes bebidas gaseosas e incluso la posibilidad de la rebeldía, había de pronto desaparecido. La ficticia ciudad californiana de Hill Valley era ahora un foco de delincuencia, violencia, corrupción y oscuridad. No quedaba nada de la luz y de la libertad que McFly recordaba. Incluso su casa está habitada por negros, por supuesto armados. El malvado Biff se había apoderado de la ciudad tras enriquecerse con las apuestas, después de recibir de quien decía ser su “yo” del futuro un almanaque en el que figuraban todos los resultados deportivos desde 1950 hasta el año 2000. Por culpa de Biff, Hill Valley se había convertido en un casino. La paz social de la aconflictiva Hill Valley de la primera parte, representación simbólica del capitalismo bueno, fue corrompida al subir al poder el déspota Biff. Su ascensión representa la posibilidad de la existencia de un capitalismo malo, si dejamos su gestión en manos de especuladores y corruptos; su caída final, el happy end fílmico, nos recuerda que es posible un capitalismo bueno, con rostro humano: basta con apartar del poder a personajes como Biff. En definitiva, lo mismo que dijo Sarkozy en septiembre de 2008. 


La explicación de la crisis y la reivindicación de un capitalismo bueno no es nada original; en realidad, no es más que una especie de reformulación o reescritura de las comedias neo-organicistas de Lope de Vega. Todas siguen un idéntico esquema, muy similar al trazado por Sarkozy y Marty McFly. Tomemos como ejemplo Fuenteovejuna, posiblemente su obra más leída y conocida. La trama transcurreen un pueblo cordobés llamado Fuenteovejuna, en la época de los Reyes Católicos, donde los lugareños sufren la tiranía del recién llegado Comendador, Fernán Gómez. Su abuso de poder, su carácter dominante, la mala gestión económica que hace del lugar, que deja el pueblo en escasez de alimentos, así como su costumbre de violar a las mujeres que voluntariamente no ceden a sus encantos, provoca que el pueblo se levante contra la autoridad y termine asesinándolo. Su muerte supone el triunfo de la justicia popular. La llegada, al final de la obra, de los Reyes Católicos sirve para reafirmar el restablecimiento del orden en Fuenteovejuna. 

Pero en ningún momento se cuestiona en Fuenteovejuna el sistema establecido. No cometamos el error de deshistorizar la literatura y creer que en Fuenteovejuna están las bases de la revolución popular, como a veces se ha leído esta obra. Al contrario, Fuenteovejunaes una obra en extremo conservadora. Esta obra de Lope de Vega solamente reconoce que el sistema disfunciona en algunos aspectos pero ni mucho menos se cuestiona en ella el sistema en su totalidad. Únicamente señala que hay que extirpar el cuerpo corrupto de la sociedad, aquello que provoca que la sociedad sea imperfecta y tenga sus fallas, pero asimismo se reconoce –en la misma estructura de la obra– que una vez apartados los elementos corruptos que degradan la sociedad, será posible que todo vuelva a la normalidad y todo marche según su correcto funcionamiento. En Fuenteovejuna el sistema no falla, lo que falla son individuos concretos que hay que apartar –el sistema funciona bien precisamente porque es capaz de apartarlos a tiempo, sugiere la obra–, porque como todo lo que tiene que ver con lo humano en desemejanza con lo divino, puede corromperse hasta pudrirse (es lo que separa al hombre de Dios, al cuerpo del alma, según la ideología organicista feudalizante que reproduce el texto). En definitiva, lo mismo que dijo Sarkozy en septiembre de 2008.

Pero no existe un capitalismo bueno. El capitalismo, por su propia esencia, o mejor sería decir por su propio funcionamiento objetivo, es en sí mismo corrupto. Cuando empezó la crisis parecía que Marx resucitaba, que el marxismo iba a volver a ser el instrumento más apropiado para explicar el capitalismo y sus crisis sistémicas, copando portadas, encabezando El manifiesto comunista las listas de libros más vendidos. Pero pronto nos olvidamos de nuevo de Marx y nos entretuvimos buscando a Biff y al Comendador. Desde Bárcenas hasta las tarjetas negras de Blesa y compañía, pasando por los ERE y el caso Pujol. Pero no se trata –sólo– de apartar a los corruptos para que el capitalismo nos muestre su mejor rostro y de este modo se pueda asentar sobre bases éticas. No se trata de eso precisamente porque la corrupción es parte consustancial del capitalismo. Forma parte de su estructura misma. A veces nos sacude la nostalgia y nos gusta pensar en que hubo un día en que todo marchaba un poco mejor, que sonaba música bailable, que bebíamos refrescantes bebidas gaseosas e incluso la rebeldía estaba permitida; pero no nos equivoquemos, en esos días en tecnicolor, que parecen contrastar con estos tiempos sombríos, el capitalismo no era más bueno que éste de ahora. Es el mismo. 

No nos conformemos con apartar a especuladores, a corruptos, a Biff, al Comendador, a Bárcenas. Decía Brecht que de nada vale denunciar el fascismo si no se denuncia el capitalismo que lo origina. Con la corrupción, sucede algo parecido. No se trata, pues, de terminar únicamente con la corrupción sino con el capitalismo que la genera. De lo contrario, acaso no estaremos sino regresando al pasado, no construyendo futuro. 


Hacer algo

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2 de mayo de 1808. Madrid. El pueblo se echa a la calle. Suenan disparos por todas partes. La Plaza Mayor y la Puerta del Sol están desbordadas. Sucede en El siglo de las luces de Alejo Carpentier. Sofía y Esteban, curtidos de otras revoluciones fallidas y traicionadas, se suman a la multitud. “¡Hay que hacer algo!”, grita Sofía. “¿Qué?”, pregunta Esteban. “¡Algo!”, le responde, y sale a la calle. Simplemente había que hacer algo. No se sabía todavía qué hacer –entre otras cosas porque no habían leído a Lenin–, no se sabía hacia dónde iba a conducir ese levantamiento popular, cómo se iba a articular políticamente. Se sabía que un viejo mundo se descomponía, pero todavía eran incapaces de articular, a la manera gramsciana, una realidad nueva. Pero había que hacer algo. 


También en mayo y también en la Puerta del Sol, aunque aquel día era 15 y habían pasado dos siglos y tres años, quiso Madrid volver a ser rompeolas de todas las Españas (que diría Antonio Machado). El pueblo madrileño respondía a la crisis económica e institucional con la misma voz que Sofía, “¡Algo!”, con la ocupación de las plazas, con el debate en las calles, con su indignación y su decencia. Y se hicieron cosas. Surgió la PAH, surgió 15MPaRato, surgió la Oficina Precaria, surgieron las Marchas de la Dignidad, incluso es posible que se produjera aquello que se proclamaba: que el miedo cambiara de bando. Y surgió Podemos. Y el tercer fin de semana del mes de octubre de 2014 se ha celebrado su Asamblea Sí Se Puede para constituirse orgánica y políticamente, para demostrar acaso que Podemos no es otra cosa que la articulación política de la indignación popular espontánea del 15M, del “¡Algo!” de Sofía. 

Se ha publicado –y no se trata hoy de matar al mensajero– que se han enfrentado en la Asamblea dos posturas muy bien delimitadas: la encabezada por Pablo Iglesias y el grupo promotor de Podemos (Monedero, Errejón, Alegre, Bescansa, etc.) y la impulsada por Pablo Echenique e Izquierda Anticapitalista. La segunda le imputa al grupo promotor que con la propuesta de un único portavoz, que recuerda sobremanera a la figura del secretario general de la vieja política que combaten, no se están sino reproduciendo las estructuras políticas que han conducido al país al abismo. Y que, por consiguiente, hay que inventar estructuras nuevas para tiempos nuevos. Y seguramente tengan razón. Porque si algún día se alcanza el poder, dirán, ya se habrá construido un nuevo modelo de organización que permitirá gobernar de otra manera. Y seguramente vuelvan a tener razón. Pero sucede también que vivimos tiempos de emergencia y que hay que tener sentido de la urgencia. Que hay muchas cosas por hacer y que hay que hacerlas ahora. No se puede esperar el día en que se llegue al poder; hay que llegar al poder ahora. Y para ello hay que coger atajos. Confiar en un liderazgo fuerte que sea capaz de construir la unidad de la diferencia. La experiencia en América Latina puede ser útil: el Partido Socialista Unido de Venezuela, que agrupa muy diversas corrientes ideológicas, pudo contener la fragmentación gracias al poder simbólico de un líder como era Hugo Chávez (cuestión que por el momento Nicolás Maduro está solventado bastante bien). Algo parecido sucede en Alianza PAIS en Ecuador, donde Rafael Correa es el símbolo de unidad indispensable para que la Revolución Ciudadana no se descomponga. A veces los líderes son necesarios, sobre todo cuando la oposición trabaja día y noche para desgastar y hacer emerger contradicciones políticas en el interior de los partidos emancipadores. No olvidemos que es precisamente la unidad lo que está frenando en América Latina la llamada “restauración conservadora”. 


De nada sirve una organización horizontal y democrática si su exterior no lo es. Y no lo es cuando el poder se concentra en unas pocas manos, que son las que gestionan el capital. Se pueden pasar años discutiendo sobre el modelo de organización hasta llegar el pretendido consenso, pero mientras se habla, se argumenta, se discute, se lleva a cabo un ejercicio tan sano y democrático como es un debate abierto, la oligarquía se adelanta por la derecha y sigue trabajando al ritmo urgente que imponen los mercados. Por supuesto que hay que trabajar en organizarse de otra manera, pero lo prioritario –y lo urgente– es tomar el poder. Y hay que hacerlo rápido. De lo contrario, como se dice en El siglo de las luces de Alejo Carpentier, “más que en una revolución parecía que estuviera en una gigantesca alegoría de la revolución”. Basta de palabras, es la hora de la realidad. 



Que el liderazgo de Pablo Iglesias haya salido reforzado de la Asamblea de Podemos es una buena noticia para Podemos, pero también para el país, si de lo que se trata es de disputar el poder, no de hacer alegorías de la revolución. Porque, en definitiva, como decía Víctor Hugues, otro de los protagonistas de la novela de Alejo Carpentier, “una revolución no se razona: se hace”. Y, en efecto, no se trata de otra cosa: “¡Hay que hacer algo!”, “¿Qué?”, “¡Algo!”. 

David Becerra Mayor // La Marea (edición digital) (20/10/2014): http://www.lamarea.com/2014/10/20/hacer-algo/

Los peces que no sabían qué era el agua

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El agua que falta de Noelia Pena (Caballo de Troya)



«Érase una vez dos peces jóvenes que nadaban juntos cuando de repente se toparon con un pez viejo, que los saludó y les dijo: ‘Buenos días, muchachos, ¿Cómo está el agua?’. Los dos peces jóvenes siguieron nadando un rato hasta que uno de ellos miró al otro y le preguntó: ‘¿Qué demonios es el agua?’»
            Este breve cuento de David Foster Wallace le sirve a Noelia Pena para construir uno de sus textos –¿cuentos?, ¿reflexiones?, ¿relatos reales?... dejémoslo por el momento en textos– titulado «Elegir cómo pensar». Porque, como señala la autora, «pensar tiene que ver con esa realidad obvia», con discutir el «sentido común» constituido para construir uno nuevo, uno desde el cual redefinir lo que parece obvio –y que por su obviedad apenas nombramos. Como los peces que no sabían que era el agua, nosotros tampoco sabíamos qué era el capitalismo, y navegábamos en un mar de significantes imprecisos, hablando de crisis, de corrupción, de puertas giratorias y ladrones que se lo llevan crudo, como si no supiéramos que el agua se llama capitalismo, nombrando los elementos que lo componen, pero obviando la totalidad que los provoca.
            «‘Elegir cómo vamos a pensar’ es la tarea más difícil porque nos sitúa delante de la contingencia de una realidad que dejamos de pensar como obvia», dice Noelia Pena en El agua que falta. Tal vez la literatura –no toda, sino la que quieren intervenir sobre la realidad–  puede ayudarnos a elegir la forma de pensar. Puede que si los peces tuvieran literatura, ésta les indicaría qué es el agua. O quizá no: nosotros sí tenemos y la literatura más bien sirve para poner un velo sobre el capitalismo que vivimos, que nos construye y que nos explota. Pero hay una literatura que no se resigna y trabaja para volver a nombrarnos, para volver a nombrar la realidad que nos circunda. El agua que falta de Noelia Pena rema en esta dirección.
            Pero, ¿los textos que componen El agua que falta forman en estricto una novela? Se trata de un conjunto de textos –relatos, aforismos, versos, reflexiones, breves ensayos e incluso definiciones que imitan la forma enciclopédica– que no guardan relación aparente entre sí, que no responden a la lógica narrativa de la linealidad, que carecen de una trama unitaria y, por supuesto, de personajes. El texto además tampoco invita a ser leído según un orden convencional, de principio a fin, sino que gana en su lectura aleatoria, sorprendiendo al lector que abre el libro por cualquier página y encuentra la palabra justa, la reflexión adecuada. Se lee sin continuidad, al asalto de las páginas que se abren por azar. Sin embargo nada de esto tiene que servir para descartar que en efecto estemos ante una novela. Decía Alejo Carpentier, y acaso puede aplicarse al texto de Noelia Pena, que «todas las grandes novelas de nuestra época comenzaron por hacer exclamar al lector: “¡Esto no es una novela!”». Si el lector de El agua que falta exclama lo mismo, quizá signifique que Noelia Pena ha cumplido con su propósito. Decía Brecht que «en una sociedad como la nuestra, cuyas bases se encuentran en un proceso de transformación revolucionaria, las viejas formas incapacitan a la literatura para influir en la configuración de nuevos modos de vida». Por eso la literatura –la que pretende intervenir y transformar el mundo– tiene que buscar nuevas formas, nuevos lenguajes o, como señala Noelia Pena, «comenzar a hablar es inventar una lengua que falta». Una nueva literatura quizá constituya la manera de decirle a los peces qué es el agua, pero también ha de servir para inventar otro mundo, un agua distinta: «¿Y si no se trata de lanzarnos a un río, sino de inventarnos el agua que falta?».

***
PD: con la publicación de este libro se despide de los lectores de Caballo de Troya quien hasta el momento había sido su director literario: Constantino Bértolo. Y lo hace profanando el lugar del primer encuentro entre el lector y el autor, el espacio de la sinopsis de la contracubierta. El «editor que se va y me voy y no se ha ido (...) porque el mercado es real pero la realidad no es el mercado, déjenme que les diga que ha sido un gusto y un sueldo trabajar para ustedes». Igualmente. Fue bonito mientras duró.   

David Becerra Mayor // Mundo Obrero, nº 277 (octubre 2014), pág. 27.
 



Julio Cortázar: un autor marcado por la Revolución Cubana

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Las efemérides, aunque la más de las veces sólo dan lugar a la publicación de libros más oportunistas que oportunos, que buscan abrirse un hueco en el mercado literario, aprovechando la celebración de uno u otro centenario, en ocasiones nos brindan la posibilidad de volver a acercarnos a autores para redescubrirlos. Es lo que sucede con la biografía Julio Cortázar: de la subversión literaria al compromiso político, escrita por Raquel Arias Careaga y publicada por la editorial Sílex en la fecha en que se cumplen cien años del natalicio del escritor argentino.



Hay dos modos de leer una biografía. O bien, con la vocación del voyeur que, tras la protección que le conceden los visillos, espía las rupturas y reconciliaciones de sus vecinos, como quien espera encontrar episodios turbios y espinosos en la vida de un autor; o bien tratando de encontrar, en su biografía, una dialéctica entre el individuo y la sociedad, o más ampliamente, a un autor que vive históricamente su vida, participando de sus tensiones, de sus conflictos, de sus contradicciones. Podemos indagar en lo privado, removiendo los cajones de su mesita de noche, o podemos reflexionar sobre lo público, sobre la presencia y la relevancia de un autor en la re-significación del mundo que habita. Quien vaya buscando lo primero en este libro saldrá decepcionado, porque en sus páginas su autora prescinde, intencionadamente, de aquellas cuestiones más personales de un escritor a quien se le ha atribuido una vida de promiscuidad. Tampoco le interesa verter más especulaciones, que acaso nada aclaran, sobre la misteriosa causa de su muerte, tras una larga, aunque asintomática, enfermedad. Raquel Arias entiende que Cortázar es un personaje público y, en consecuencia, sitúa conscientemente el foco en su papel como escritor e intelectual, soslayando lo que ocurriera en las alcobas. 


La biografía que escribe Arias Careaga sobre el autor de Rayuela reafirma un aspecto de su vida que se suele olvidar: su firme compromiso con la Revolución Cubana. Esta revolución atrajo enseguida la mirada de los intelectuales de América Latina, al constituirse, con el triunfo revolucionario, un nuevo espacio para artistas e intelectuales. Pronto se promueven debates en torno a la cultura y su función. No en balde, Cortázar, cuando visitó Cuba, no pudo sino reconocer que “me siento viejo, reseco, francés al lado de ellos”. Allí, Cortázar redescubre América, se reconcilia con su continente e incluso, después de muchos años viviendo en Europa, “eligió ser latinoamericano”. Su compromiso tiene consecuencias sobre su obra. La literatura de Cortázar, cuyo recorrido se analiza detenidamente en la biografía, toma un rumbo distinto con el triunfo de la Revolución. Aquel Cortázar formalista, que entendía la literatura como una entidad autónoma y que consideraba que no había nada más subversivo que la fractura del lenguaje, se transforma y entiende que tiene que comprometerse con su literatura, no sólo desde la forma, sino también desde su contenido. 


El libro de Raquel Arias es un estudio biográfico que, además de la labor propia del biógrafo en la recopilación de datos para la composición de una vida, supone un enorme esfuerzo de interpretación de un escritor que, al ritmo acelerado de la Historia, se transformó a sí mismo, al tiempo que transformaba su literatura.  


David Becerra Mayor // La Marea, nº 20 (octubre 2014), pág. 61.


Escribir es convocar al fantasma

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El comité de la noche de Belén Gopegui


"Como los erizos, ya sabéis, los hombres un día sintieron su frío. Y quisieron compartirlo. Entonces inventaron el amor. El resultado fue, ya sabéis, como en los erizos”: son las palabras con las que Luis Cernuda abre su poemario Donde habite el olvido. Los cuerpos se acercan a otros cuerpos para refugiarse del frío, pero una vez juntos se provocan dolor. El comité de la noche de Belén Gopegui arranca con la misma parábola del erizo, aunque no ya para definir el amor, sino la necesidad de la lucha colectiva: “Cuentan, es sabido, que en los días gélidos los erizos sienten la necesidad de juntarse para darse calor y no morir. Cuando se aproximan mucho, las púas de los otros erizos les causan dolor. Sin embargo, alejarse comporta un frío insoportable. A diferencia de los erizos, nos acercamos no sólo a otros erizos sino a la causa de los días helados. El peligro y la moderación nos mantienen a una distancia adecuada para subsistir. Pero, a veces, nos seguimos acercando”. ¿Cuál es la causa de los días helados? Si nos acercamos, lo averiguaremos. Aunque nos hagamos daño. Pero necesitamos acercarnos –es la apuesta de El comité de la noche.

Decía el autor de best-sellers Paco Ignacio Taibo II que “nuestro continente [América Latina] se cuenta bien con técnicas de novela negra”. La crisis capitalista, que ha puesto al descubierto la corrupción y las intrigas del poder, acaso no encuentre mejor género para narrarse que el policial. Con El comité de la noche Belén Gopegui retoma la estrategia que ya había explorado en El lado frío de la almohada o Acceso no autorizado: introducir la política en un género tan aparentemente apolítico como es la novela policiaca, aprovechar un género popular para llegar a lectores que nunca antes hubieran abierto las páginas de una novela política. Se trata de ser como el caballo de Troya: ocultar lo político en el interior de una novela de género para descubrirlo en el momento más inesperado. El comité de la noche, con una trama al más puro estilo de thriller policial, está protagonizado por dos mujeres, Álex y Carla, que participan en un movimiento clandestino de lucha contra la mercantilización de la sangre. Sucede que hemos podido saber, por medio de una noticia publicada por Europa Press, que “una multinacional farmacéutica plantea pagar setenta euros semanales a los parados que donen sangre”. El paro como recurso y la crisis como pretexto para implantar medidas de corte neoliberal, la doctrina del shock para privatizarlo todo, incluso nuestro cuerpo, nuestra vida, nuestra sangre. Pero hay un espacio para la resistencia. De las mareas blancas contra la privatización de la sanidad han surgido grupos de lucha que entienden que tienen que actuar desde la clandestinidad para oponerse a la clandestinidad del poder: “su dinero negro, sus reuniones opacas”. No se puede dejar todo al descubierto; hay que guardar un as en la manga para ganar la partida. 

Pero no sólo hay trama en la última novela de Belén Gopegui. Acostumbrada a recibir los golpes de una crítica que la acusa de poner la literatura al servicio de la propaganda, sacrificando con ello el estilo, Belén Gopegui trae a sus lectores unas páginas que pueden sin duda calificarse de prosa poética. Gopegui demuestra, contra lo que creen los perros guardianes del buen gusto literario, que se puede escribir bien de cualquier cosa; incluso de política. Y a la vez que las protagonistas luchan en el interior de la novela, desde el plano de la ficción, su autora, Belén Gopegui, lucha desde la literatura, dando un salto a lo real, para oponerse a los relatos mediante los cuales el poder legitima su posición de dominio. “Ahora que parece que todo se puede decir”, observamos también que “las metáforas que ya conocemos [...] están llenas de significados que tal vez no queríamos”. Se hace preciso trabajar con metáforas nuevas, pero también desvelar la función inmovilizadora de los viejos significados. El relato del poder se ha construido como negación de cualquier alternativa: “Esto es lo que hay”, es la ficción que emplea el poder para obstruir el cambio; o como se dice también en El comité de la noche: “Más que disonancia nos cuesta, me parece, aguantar eso que alguien llamó desolación de la quimera: no poder, no tener fuerzas, no imaginar cómo”. Parece que los gobernantes sufren una crisis de imaginación, como si fueran incapaces de imaginar otras salidas. Pero la desolación de la quimera –de nuevo Cernuda– no es más que una ficción para contener el estallido social.

Hay que construir un nuevo relato, una literatura que imagine una alternativa, que nos enseñe a organizarnos de otra manera, a disputar el poder. “Escribir, voy sabiendo, es convocar al fantasma”; la literatura es, como la organización clandestina de la novela, “una herramienta no neutral de la lucha de clases”. Es el fantasma. En las páginas de El comité de la noche de Belén Gopegui está el fantasma, sigámosle, ya que parece dispuesto a recorrer Europa nuevamente. Quizá el fantasma nos dé miedo, pero debemos acercarnos a él. Ya sabéis, como en los erizos.

David Becerra Mayor // Publicado en Mundo Obrero, nº 278 (noviembre 2014), pág. 27. http://www.mundoobrero.es/pl.php?id=4337

La miseria no forma parte del folclor. El betunero de Nebot

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Una vez desencadenada la polémica alrededor de la estatua del niño betunero de Guayaquil, con la que se fotografió con gesto complaciente el alcalde Nebot hace unas semanas, lo más sorprendente fue sin duda el modo con que la derecha pretendió legitimar la construcción de la misma. Para responder a la crítica del presidente Correa –“la miseria y la explotación no forman parte del folclor”–, la derecha trató de defenderse con unos pobres argumentos que, sin embargo, tenían algo de verdad, pero mucho de tergiversación.
Parecía como si de pronto la derecha se hubiera puesto a leer a Brecht, y aun a Lukács, para reivindicar un arte proletario. Sus argumentos parecían bien traídos: la escultura constituía, decían, un homenaje a la historia de los guayaquileños que, contra la adversidad, fueron capaces de salir adelante con esfuerzo y espíritu de superación.
Era un homenaje a los oprimidos e incluso, podríamos decir, llevando hasta el extremo sus argumentos, que era un tributo a la clase trabajadora, casi siempre olvidada cuando se celebran las gestas históricas nacionales. Por medio de este discurso, acusaban a quienes se oponían o mostraban rechazo a la estatua del niño betunero de querer borrar la historia, de pretender olvidar un pasado de miseria y pobreza que sin embargo había existido.
Si la derecha hubiera leído a Marx hubiera esgrimido que en El Capital se dedica un apartado entero a la legislación sanguinaria contra los expropiados, donde se nos habla de cómo el capital necesitó construir un mundo del hampa, un lumpenproletariat, para constituir un ejército de reserva que hiciera descender los salarios. El niño betunero fue una víctima de la explotación en el proceso de acumulación capitalista y es de justicia homenajearlo, nos dirían si hubieran leído a Marx.
Entonces, ¿cuál es el problema?, ¿por qué tanto recelo hacia la escultura, tanta polémica en torno a ella, si la derecha, según sus argumentos, parece apostar por un arte proletario?
El problema es que sus argumentos son falaces y que, como decíamos, tienen algo de verdad, pero también tienen mucho de tergiversación. El problema de la estatua del betunero es que nos convierte en cómplices: nos invita a sentarnos frente a ella y a asumir el gesto clasista de quien espera que se ponga de rodillas quien trabaja para él. La estatua la completa quien la contempla, quien se sienta en ella y reproduce, con su acto performativo, una relación laboral basada en la servidumbre. El problema de la estatua del betunero es que invita, a quien la contempla, a establecer una relación complaciente con un pasado en el que la explotación infantil estaba a la orden del día, promoviendo una visión romántica de aquellos tiempos de donde se extrae la escena.

No hay rastro de suciedad en el trabajo que el betunero desarrolla y esta limpieza nos hechiza como espectadores, obligándonos a mantener una posición a-crítica delante de ella; en vez de horrorizarnos, de interpelarnos para que rechacemos la explotación, la estatua del betunero nos provoca una sonrisa de complacencia y complicidad. Y aquí está el problema.
Claro que habría que poblar las ciudades de estatuas que representen el trabajo y la explotación como la del niño betunero, llenar las calles de homenajes a una clase obrera sobre cuyas espaldas se construyó el país, de los cholos que viven violentamente en Los que se van, de los indios desplazados en Huasipungo, de los obreros que murieron en Las cruces sobre el agua.
Las calles de las ciudades deberían homenajear a sus héroes silenciados. El niño betunero es uno de esos héroes, pero le han robado su dignidad, convirtiéndolo en parte del paisaje. El artista urbano Bansky ha pintado recientemente, en una escalera, a un niño que bien podría ser un betunero de Guayaquil. Viste harapos, calza unos zapatos roídos por el tiempo, está mugriento y su mirada apenas logra ocultar su tristeza. Al lado tiene un cartel que dice ‘no me ignores’.
A diferencia del betunero de Nebot, el niño de Bansky no nos hace sonreír, ni siquiera deja asomar una mueca de condescendencia, nos eriza la piel y el espanto nos activa política y socialmente, eleva nuestra conciencia. Reclama que tomemos partido.
El arte urbano debe intervenir, en la ciudad y en nosotros para cambiar nuestras calles, pero también para cambiarnos a nosotros mismos cuando las cruzamos, cuando paseamos por ellas.
El arte debe empoderarnos como ciudadanos, no reproducir y normalizar el clasismo de otras épocas. Se trata de levantar estatuas que en vez de hechizarnos, nos reten a ser una parte activa de la transformación social; estatuas que nos recuerden quiénes somos y dónde vivimos, que hagan justicia a nuestra memoria histórica, que no borren la huella de explotación y de miseria que llevamos tatuada en la piel, que requieran nuestra atención no para alegrarnos el paseo, sino para que no olvidemos el pasado, para que combatamos la injusticia, no para que nos fotografiemos con ella.

David Becerra Mayor // Publicado en El Telégrafo  (14 de noviembre de 2014), pág. 26.

"Las cruces sobre el agua" de Joaquín Gallegos Lara

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La escena es propia de un capitalismo periférico y subdesarrollado: un sector primario improductivo e ineficiente, anquilosado en antiguas técnicas de explotación de la tierra, expulsa del campo a los trabajadores que, para ganarse la vida, acuden en masa a las ciudades en busca de un futuro mejor. Sin embargo, el capitalismo no ha concluido el desarrollo de sus fuerzas productivas y es incapaz de absorber al nuevo proletariado que vive hacinado en las casuchas y covachas que se improvisan en los arrabales de las ciudades. De este desajuste nace el mundo del hampa, el lumpemproletariado: hombres y mujeres sin más posesión que sus manos y que no tienen nada más que vender que su propia vida, su cuerpo, su fuerza de trabajo. Pero no hay nadie que se los compre.

En este ambiente viven los protagonistas de la novela Las cruces sobre el agua, de Joaquín Gallegos Lara, publicada en 1946. Por sus páginas desfilan personajes muy diversos. No es una novela coral, más bien colectiva, donde las distintas voces terminan confluyendo el 15 de noviembre de 1922. La novela de Gallegos Lara retrata la vida de violencia y miseria en la que viven personajes como Margarita, obligada por su marido a ejercer la prostitución; como la cigarrera Leonor, que regresa a casa con los olores del tabaco adheridos a su cuerpo; como los trabajadores de la herrería, que no saben si hacerle una huelga al patrón Mano de Cabra o darle su merecido en forma de apaleamiento; como el Loco Becerra, el cacaotero que decide tomarse la justicia por su mano cuando descubre que su mujer se acuesta con el gordo Fantasía, el cobrador del arriendo, para cancelarle los recibos de los 6 meses de retraso; o como el panadero, Baldeón, que sufre la peste bubónica y que se muestra reticente a ser llevado al hospital, porque allí muere la gente: la idea del progreso y la modernidad no forma parte de las vidas de los invisibilizados por la sociedad, que solamente acude a su rescate cuando su enfermedad puede extenderse por los barrios ricos.
Estos son algunos de los personajes que habitan las páginas de Las cruces sobre el agua, de Joaquín Gallegos Lara, pero sobre todos ellos sobresalen sus dos verdaderos protagonistas: Alfredo Baldeón y Alfonso Cortés. Si el primero toma conciencia de clase en el ejercicio de distintos oficios, desde panadero hasta herrero, pasando por soldado en Esmeraldas, el segundo puede acudir al colegio Rocafuerte, gracias al esfuerzo de su familia, y construir un discurso político desde el conocimiento y la cultura. Una escena infantil define a Alfonso: mientras los otros muchachos empapelan sus cometas con banderas francesas o alemanas, nuestro protagonista lo hacía con la bandera de Ecuador. Los muchachos se ríen de su bandera que, aunque “es la de nosotros”, como dice Alfonso, ellos siguen cuestionándola: “¿Y eso qué hace? ¿Qué guerras ha ganado, qué ha hecho, qué es el Ecuador?”. Alfonso no sabía qué contestar, pero seguía empapelando sus cometas con el color de la bandera nacional “con una mezcla de humillación y orgullo”. La suma de la conciencia de clase de Alfredo y el amor por “las palabras pueblo y libertad [que Alfonso] aprendió en los libros de Montalvo”, la clase y la nación, constituyen la base del pensamiento revolucionario ecuatoriano.

Era preciso empezar a cambiar las cosas. Era imprescindible construir un nuevo mundo que no obedeciera al diagnóstico que Alfonso ofrece de su realidad circundante: “una tierra en la que reina el hambre y la muerte, donde aspirar a ser feliz es una canallada”. Y llegó el 15 de noviembre. Y, como se dice en la novela, “todo Guayaquil, menos los ricos” salió a la calle a protestar, a exigir que para ser feliz no fuera necesario robar a los demás. La precariedad compartida de todos los personajes de Las cruces sobre el agua, su rabia y su indignación se canalizan a través de su participación en la huelga general.
La protesta del pueblo fue asfixiada por la represión policial que culminó en masacre. “No son ladrones ¿sabe? Es el pueblo”, dice una voz a quienes empuñan las armas. Pero dispararon y murieron centenares de personas. Y cuando se restableció el orden -lo que la clase dominante llama orden- volvieron los días “de la esclavitud y el hambre”. Muchos perdieron la vida. Sin embargo, sus muertes no serían en vano, porque la lucha y los muertos “quedaban grabados como la mordedura del hacha en el tronco del guayacán: los lustros ampliarían su huella en las capas de los nuevos años”. La recordación de los muertos traerá nuevas luchas que harán caer el tronco. Basta con no olvidar, con mantener su lucha en la memoria.

Después de la masacre, Alfonso abandona Guayaquil. Pasan algunos años y decide regresar. Se asoma al Guayas y por el extremo de los muelles ve aparecer un grupo de cruces negras, que “se erguían, flotando sobre boyas de balsa. Eran altas, de palo pintado de alquitrán. Las ceñían coronas de esas moradas flores del cerro, que se consagran a los difuntos”. ¿Qué significan esas cruces?, le pregunta a un zambo cargador: “¡Ahí adebajo, de donde están las cruces hay fondeados cientos de cristianos, de una mortandad que hicieron hace años. Como eran bastantísimos, a muchos los tiraron a la ría por aquí, abriéndoles la barriga con bayoneta, a que no rebalsaran. Los que enterraron en el panteón, descansan en sagrado. A los de acá ¿cómo no se les va a poner la señal del cristiano, siquiera cuando cumplen años?”. Alfonso, entonces, cae en la cuenta de que es 15 de noviembre. ¿Quién pone las cruces?, pregunta. “No se sabe: alguien que se acuerda”.

No se sabe: alguien que se acuerda. Del mismo modo que la lucha se diluye en lo colectivo, la memoria de quienes lucharon no la custodia un individuo concreto. En ese “alguien que se acuerda”, indefinido, late la voz de un pueblo que igual que se enfrentó a la injusticia, se enfrenta ahora a quienes quieren borrarlos de la historia. De su lucha saldrán nuevas luchas y de su memoria habrá de germinar un mundo nuevo. Porque quizá, como termina la novela, “esas cruces eran la última esperanza del pueblo ecuatoriano”.



David Becerra Mayor // Publicado en El Telégrafo (16 de noviembre de 2014), pág. 9. http://www.telegrafo.com.ec/politica/item/las-cruces-sobre-el-agua-3.html

Miguel Hernández. Del fascismo al comunismo

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MIGUEL HERNÁNDEZ
DEL FASCISMO AL COMUNISMO
David Becerra Mayor
 [Biblioteca Crítica, nº 45]
Madrid, Ediciones del Orto / Universidad de Minnesota, 
2014, 96 páginas
I.S.B.N.: 84-7923-508-X PVP 8 €

La obra de juventud de Miguel Hernández poco tiene que ver con aquella que, acaso por justicia poética, ha perdurado en el tiempo y en nuestra memoria. Sus versos escritos en el frente de batalla, arengando a los soldados y reivindicando el valor del trabajo de los campesinos sobre el beneficio de los amos ociosos, o los poemas escritos en las cárceles franquistas, distan mucho de parecerse a su obra escrita entre 1930 y 1934. En este periodo, su poesía transpira «demasiado olor a iglesia» y a «tufo sotánico-satánico », como le diría Pablo Neruda. Quien terminaría siendo uno de los más insignes poetas comunistas y ferviente defensor de la República durante la Guerra Civil española, tomando ora la pluma, ora la espada –o mejor dicho: el fusil–, durante su juventud escribió y publicó versos de inspiración católica e, incluso, podríamos afirmar, de tendencia filofascista. Pero, ¿a qué se debe este cambio? ¿Podemos hablar de evolución o es más pertinente hacerlo de ruptura? Porque, ¿cómo es posible que quien muriera defendiendo sus ideales republicanos y aun comunistas, estuviera tan próximo al fascismo en sus inicios poéticos? Resultará imprescindible estudiar a Miguel Hernández en su radical historicidad.
 
ÍNDICE
I. CUADRO CRONOLÓGICO 5
1. Bio-bibliografía de Miguel Hernández 6
2. Acontecimientos literarios y culturales 10
3. Acontecimientos históricos, políticos y sociales 11
II. MIGUEL HERNÁNDEZ, DEL FASCISMO AL COMUNISMO 13
1. Miguel Hernández en su radical historicidad 14
2. El fascismo de Miguel Hernández 19
3. El comunismo de Miguel Hernández 32
4. La desideologización de Miguel Hernández. Balance de un centenario 41
III. SELECCIÓN DE TEXTOS 53
IV. BIBLIOGRAFÍA 91

Presentación "El comité de la noche" de Belén Gopegui

La estrategia del caballo de Troya

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(Fragmento de Qué hacemos con la literatura)
La primera cuestión que es obligado plantearse a la hora de crear un discurso disidente tiene que ver con el espacio productivo, es decir, desde dónde se ha de producir esa literatura otra: ¿es posible hacerlo desde dentro del sistema o es preciso construir un afuera? ¿Deja el sistema que en su interior se produzcan voces críticas que tengan por objetivo el aniquilamiento del propio sistema? Los teóricos de la posmodernidad responderán, sin dudarlo un instante, de forma afirmativa, alegando que los rasgos ofensivos del objeto artístico serán absorbidos por el propio sistema, neutralizando de inmediato su poder subversivo. El capitalismo avanzado desactivará toda voz disidente del discurso una vez que este sea insertado en la lógica del sistema: en cuanto se convierte en mercancía, pierde todo su potencial transformador (Jameson, El posmodernismo o la lógica del capitalismo avanzado, Barcelona, Paidós, 1991, pág. 17ss). Por lo tanto, según este planteamiento, el sistema permite la disidencia en su interior porque su actuación garantiza la pervivencia –o la inviolabilidad– del mismo sistema. Tal vez por este motivo el historiador marxista británico E. P. Thompson opina que los socialistas no deben someterse a actuar en el interior del sistema, sino crear un afuera que les permita producir un discurso contrahegemónico con todas las libertades garantizadas. Estas son sus palabras:

Lo que los socialistas no deben nunca hacer es permitirse depender enteramente de instituciones establecidas: casas editoras, medios de comunicación comerciales, universidades, fundaciones. No quiero decir que todas estas instituciones sean represivas: desde luego pueden hacerse en ellas muchas cosas positivas. Pero los intelectuales socialistas deben ocupar un territorio que sea, sin condiciones, suyo: sus propias revistas, sus propios centros teóricos y prácticos; lugares donde nadie trabaje para que le concedan títulos o cátedras, sino para la transformación de la sociedad; lugares donde sea dura la crítica y la autocrítica, pero también de ayuda mutua e intercambio de conocimientos teóricos y prácticos, lugares que prefiguren en cierto modo la sociedad del futuro (Thompson, Tradición, revuelta y consciencia de clase, Barcelona, Crítica, 1979, pág. 318).

Las reticencias de Thompson para ocupar espacios en el interior del sistema no son, sin embargo, compartidas por todos los sectores de la izquierda y hay quien sostiene que el sistema se puede dinamitar desde dentro. El grupo portorriqueño de música urbana Calle 13 incluye en su disco Entren los que quieran (2010) una canción titulada «Calma Pueblo» en la que, precisamente, se reflexiona sobre el potencial revolucionario que tiene trabajar en el interior del sistema. Suenan del siguiente modo unos versos centrales de la canción:

Yo uso al enemigo, a mí nadie me controla,
le tiro duro a los gringos y me auspicia Coca-Cola.
De la canasta de frutas, soy la única podrida:
Adidas no me usa, yo estoy usando Adidas.
Mientras bregue diferente, por la salida entro,
me infiltro en el sistema y exploto desde adentro.
Todo lo que les digo es como el Aikido:
uso a mi favor la fuerza del enemigo.

Pongamos el texto en antecedentes. Las letras de Calle 13 tienen un fuerte carácter subversivo, radical, antiimperialista y nuestramericano (escúchese, por ejemplo, «Querido FBI» o «Latinoamérica»); sin embargo, llama poderosamente la atención que el grupo esté patrocinado por la marca deportiva Adidas, como se apunta en el último verso de la primera estrofa citada, y que, del mismo modo, una famosa marca multinacional de refrescos contactara con Calle 13 para grabar un anuncio publicitario, y que ellos
aceptaran bajo la condición de que el guión corriera por su cuenta. El anuncio, que finalmente no fue emitido, mostraba, según relata René Pérez, cantante de Calle 13, en la edición argentina de Rolling Stones, cómo «un tipo me ve tomando una Coca-Cola y me dice: “Y tú tirándole a los gringos y tomando Coca-Cola”. Y yo entonces le respondo: “Es que yo no le tiro a los gringos, yo me los trago y los escupo (y escupía el refresco). Y también hago gárgaras con ellos (y hacía gárgaras con el refresco). Y cuando no hay agua y tengo sed, aunque me haga daño, tomo Coca-Cola. ¿Tú no?”». Ante esto no podemos sino formularnos las siguientes preguntas: ¿se establece una relación de complicidad de Calle 13 con el sistema o, por el contrario, Calle 13 se sirve de los aparatos del propio sistema para transmitir su mensaje subversivo? Y seguidamente: el hecho de que el mensaje subversivo circule por los canales de distribución del propio sistema, ¿no neutraliza automáticamente el mensaje? En opinión de Calle 13 bien parece que no. Como dicen los versos citados, son ellos los que usan al sistema y no al contrario («Adidas no me usa, yo estoy usando Adidas»): Calle 13, según se apunta en estos versos, se aprovecha de la visibilidad que el propio sistema le concede para cargar contra el propio sistema («uso a mi favor las fuerzas del enemigo»). Infiltrados en el sistema actúan como kamikazes discursivos, haciendo explotar desde dentro sus versos disidentes. Y, en cualquier caso, insisten, si existiera neutralización, sería la del enemigo (de ahí la referencia al aikido japonés, es decir, la neutralización del adversario por medio de la humillación, sin provocarle daño físico). Pero se les podrá argüir que, en realidad, al sistema –representado en este caso por Adidas– no le interesa lo más mínimo el contenido de sus letras, si estas –sean disidentes o no– les ayudan a vender zapatillas, que, dicho sea de paso, se cosen en condiciones esclavistas en países del llamado Tercer Mundo. O del Cuarto.

Entonces, ¿desde dónde producir una literatura revolucionaria?, ¿desde el afuera del sistema o desde su adentro? ¿Cuál de las dos estrategias resulta más eficaz para la lucha ideológica? Aunque tal vez la primera pregunta que habría que formularse es: ¿existe la posibilidad de crear un afuera en un momento histórico en que el capitalismo avanzado presenta su forma más totalizadora y parece abarcarlo todo? ¿Hay posibilidad de trabajar en sus márgenes? Seguramente sí, aunque resulta difícil evaluar su efectividad. Por este motivo creemos que, en una situación en que la correlación de fuerzas es tan desfavorable para nuestros intereses de clase, no hay que despreciar en absoluto las mínimas opciones que se nos presentan para ocupar espacios en el interior del sistema, pero sin nunca dejar de labrar ese afuera del que nos hablaba Thompson. Para acceder al interior, hay que diseñar una estrategia que permita al escritor actuar con eficacia, como señala la novelista Belén Gopegui:

...siempre pagando peajes, disimulando, poniendo un poco de complejidad formal o un poco de ironía o un poco de sentimentalismo para que el caballo [de Troya] tenga pinta de caballo o para que el capitalista piense que será más alto el beneficio obtenido que la cantidad de sabotaje que la novela o la película puedan contener (Gopegui, «Retaguardia y ficción», Papeles de la FIM, nº 25 (2007), pág. 63).

La novela funcionaría, de este modo y siguiendo el planteamiento de Gopegui, como el artilugio utilizado por los griegos para acceder a la ciudad sitiada de Troya. El caballo artificial debe parecer un caballo de verdad para no levantar sospechas, como la literatura subversiva y disidente debe mantener asimismo la apariencia de literatura que el sistema asume como propia; por ello, debe compartir algunos de los ingredientes esenciales que la literatura dominante contiene –como si de ocultos soldados se tratara– como son los señalados por la escritora madrileña: complejidad formal, ironía, sentimentalismo, etcétera. En este sentido, su última novela, Acceso no autorizado, publicada en el interior de la ciudad sitiada, en la berlusconiana editorial Mondadori, parece reproducir esta estrategia. El relato, que temáticamente se encuentra muy lejos de los contenidos que asume la literatura actual, trata de la relación que se establece entre la vicepresidenta del Gobierno socialista y un hacker que se introduce en su ordenador para proporcionarle información confidencial con el propósito de cambiar el rumbo de un gobierno que, en vez de gobernar para sus ciudadanos, manifiesta su sumisión a las leyes del mercado. Con un argumento de este tipo parece sumamente complicado que el caballo tenga apariencia de caballo. Pero la estructura bipartita de los capítulos –sobre todo del primero– crea una tensión dramática, un suspense, que seguro que va a agradar a lectores que quizá sea la primera vez que se acerquen a una novela política. Del mismo modo, la descripción de los personajes antagonistas de la novela, fuera de toda sospecha de maniqueísmo y dotada de pulsiones emocionales, es también apta para todos los públicos. Y, por último, que se insinúe que la vicepresidenta del Gobierno, Julia Montes, alter ego de Fernández de la Vega, se sienta atraída amorosamente por el hacker que se esconde tras el cursor del ordenador, está muy en consonancia con el gusto de quien produce el canon literario y de quien determina qué es una buena o mala novela; incluso que la novela deje abierta la posibilidad de que haya sido precisamente esta atracción amorosa lo que haya impulsado a la vicepresidenta a romper con el sistema, les debe resultar muy grato. Acceso no autorizado sin duda guarda la apariencia de caballo, incluso de muy buen caballo (la tapa dura lo facilita), pero en su interior se esconde no el ejército de troyanos de la epopeya clásica, sino un virus troyano que, una vez completada la descarga, inicia su labor de destrucción. Tal vez con esta novela Belén Gopegui marca el camino adecuado para actuar con eficacia desde el interior del enemigo. Una estrategia sin duda parecida a la que siguió Galdós, a finales del siglo XIX, cuando se sirvió del folletín para construir sus Episodios Nacionales o novelas con nuevos planteamientos como Tristana o Tormento.

El caballo tiene que tener forma de caballo. Pero no sólo para cruzar las murallas de la ciudad enemiga, sino también para que el discurso subversivo pueda llegar con mayor facilidad a sus lectores potenciales. Si la literatura subversiva adquiere la apariencia del best seller, sus posibilidades revolucionarias pueden llegar a multiplicarse, en la medida que alcanzan a un mayor número de lectores. En esta línea, el marxista italiano Antonio Gramsci expone su teoría de la «producción artística popular», considerando que la literatura de consumo, con un proyecto ideológico y social firme, puede ser útil para la transformación revolucionaria de la sociedad y que, en su opinión, «sólo entre los lectores de la literatura folletinesca se puede encontrar el público suficiente y necesario para crear la base cultural de la nueva literatura» (Gramsci, «Criterios de la crítica literaria», en Cultura y literatura, Barcelona, Península, 1972, pág. 269). Por ello consideraba Gramsci que la literatura policiaca, de misterio o de aventuras, fórmulas de éxito en el periodo de entreguerras pero también en la actualidad, constituían formas literarias de gran oportunidad –precisamente por su popularidad entre las masas– en un escenario de lucha contra-hegemónica. La misma intención tuvo Cortázar cuando escribió, en los años setenta, un cómic titulado Fantomas contra los vampiros internacionales (1976), mediante el cual pudo servirse de un lenguaje y un código tan popular como poco sospechoso de disidente para introducir un mensaje político. En un sentido netamente gramsciano se puede considerar un ejemplo actualizado la producción
de culebrones que promuevan valores socialistas y revolucionarios (Público, 11 de enero de 2010). Porque el grueso –o acaso la totalidad– de las telenovelas que se producen en América Latina reproducen y asimismo estigmatizan la imagen de una sociedad clasista inamovible por medio de un protagonista que siempre responde al prototipo de blanco hombre rico que tiene a su servicio a torpes criados indios. Es decir, ideología pura y dura. Lo que en apariencia es una producción audiovisual destinada al entretenimiento encierra, en su estructura discursiva, una ideología que legitima el statu quo. Que se produzcan, por lo tanto, culebrones con «contenido social» en América Latina, concretamente en Venezuela, refleja que existen otras opciones, otros caminos por explorar.

David Becerra Mayor, Raquel Arias Careaga, Julio Rodríguez Puértolas, Marta Sanz, Qué hacemos con la literatura, Madrid, Akal, 2013, págs. 43-48.

X aniversario del Alba. Programa Enfoque de HispanTV

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Este 14 de diciembre se van a cumplir diez años desde la fundación del ALBA. El programa Enfoque de HispanTV está dedicando algunos programas a este importante aniversario.
En el programa de ayer compartí mesa con la economista venezolana Rosario Gomez Carrasquel.
Aquí el vídeo:


La guerra que no nos contó Hollywood

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Sobre El mito de la guerra buena de Jacques R. Pauwels  (Hiru, 2002)

Este libro no es exactamente una novedad, pero ya advertimos que este viaje lo íbamos a emprender sin consultar horarios. Nuestro imaginario sobre la Segunda Guerra Mundial se nutre esencialmente de imágenes y escenas procedentes de las grandes producciones cinematográficas de Hollywood. Lo mucho o poco que sabemos de aquellos años que asolaron el mundo aparece siempre mediatizado –interferido, acaso– por las narrativas proyectadas en la gran pantalla. Hollywood ha impuesto el relato de la Segunda Guerra Mundial.

El desembarco de Normandía, el día D, se representa como el punto de inflexión de una guerra a la que han acudido los norteamericanos para salvar a Europa del nazismo. El soldado americano, que extraña a su familia, a la que siente muy lejos, pisa el suelo del Viejo Continente con gesto de héroe, al intervenir en una guerra que no es la suya, pero que por imperativo moral, movido por su altruismo, se ve forzado a participar. Y a vencer. En la escena final, EEUU alza la bandera de la victoria, como el ejército que ha liberado Europa. Este es el relato que sobre la Segunda Guerra Mundial ha construido EEUU y que la industria cinematográfica de Hollywood, como buen aparato de propaganda, se ha encargado de popularizar.

Claro que en él quedan lugares oscuros sobre los que arroja luz el historiador Jacques R. Pauwels en El mito de la guerra buena. La presencia de EEUU en la Segunda Guerra Mundial difiere del mito. En primer lugar, su participación es tardía, ya que en un inicio ni siquiera tenía claro quién iba a ser su enemigo. EEUU elegiría su enemigo de quien saliera más debilitando de los enfrentamientos entre nazis y soviéticos. Nunca descartó una alianza con Hitler. De hecho, cuando finalmente se alía con la URSS, la oligarquía norteamericana, abiertamente filofascista y con importantes negocios en marcha con la Alemania nazi, cree que su país se ha equivocado de enemigo.

Lo cierto es que ni la entrada de EEUU en la guerra fue determinante ni el desembarco de Normandía marcó un antes y un después en la victoria de los aliados. Cuando EEUU entra como fuerza beligerante en el conflicto lo hace porque ve como muy probable el peor de los escenarios jamás imaginado: que la URSS surgiera de la Segunda Guerra Mundial como el único vencedor del nazismo. Un escenario que dejaría a los norteamericanos en una posición geopolítica nada favorable. Del mismo modo, Pauwels señala que “el propósito del desembarco en Normandía era permitir a los aliados occidentales llegar a Berlín antes que el Ejército Rojo”. Y añade que el triunfo de esa batalla tampoco dependió en exclusiva del potencial militar estadounidense, sino de una ofensiva soviética que impidió que los alemanes transfirieran tropas desde el frente del este hasta Francia. Nada de heroicidades ni altruismos. Este es sólo uno de los episodios referidos, y aclarados, por Jacques Pauwels en El mito de la guerra buena. Un libro imprescindible para disputar el relato de la Historia. Para historiadores y para quienes no quieren que les roben el pasado. Para quienes no quieren que les sigan contando películas.

David Becerra Mayor // Publicado en La Marea, nº 21 (noviembre, 2014), pág. 61.

Nos quieren en soledad, nos tendrán en común

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Volanderas de Víctor García Antón 
(Tres rosas amarillas)

No hay cronotopo. Podría suceder en cualquier lugar y en cualquier momento. Lo mismo en una sociedad futura, en la que se ha iniciado un proceso de transformación post-capitalista, donde la democracia funciona como un instrumento ciudadano, aunque pudiera ser también una de las plazas que, a lo ancho de la geografía española, se ocuparon el 15-M, o incluso el relato podría conducirnos a finales de la década de los sesenta cuando se constituyeron los movimientos vecinales en el antifranquismo. Tampoco hay protagonistas y el tono de la narración recuerda un acta redactada tras una reunión. No es un relato coral, sino colectivo.

Volanderas de Víctor García Antón está compuesto por un conjunto de textos que cuentan cómo se va construyendo un colectivo, cómo van organizándose a medida que van aprendiendo a vivir de otra manera, adaptando sus intereses individuales al bien común; pero Volanderas muestra también el modo en que este sujeto colectivo se va narrando a sí mismo en oposición a los otros, a aquellos que habitan en los barrios altos, donde acuden a veces a recoger de sus basuras mobiliario para su local. Por medio de la lectura vemos una comunidad recuperando la ciudad, conquistando espacios, organizando talleres en los descampados, empoderándose, tomando decisiones sobre aquello que les rodea y les afecta. Debatiendo, consensuando. Argumentando si conviene iluminar el parque infantil con una hilera de bombillas de colores o si es preferible gozar de la oscuridad para seguir contemplando las estrellas. Nada es ajeno a la toma de decisiones colectivas.

Pero no están solos en el mundo. Afuera, en los márgenes de sus espacios liberados, sigue existiendo la hostilidad. Sufren incursiones de bandas juveniles que, como nunca encuentran nada de valor, deciden destrozarlo todo. Las autoridades acuden al lugar para investigar lo ocurrido. Y como tampoco encuentran nada, también deciden destrozarlo todo. No sabemos a quién obedece la autoridad, pero parece que siempre interviene en contra de las necesidades del protagonista colectivo de Volanderas, alzando alambradas para aislarlos, para impedir que contacten con los otros barrios, o bien promoviendo desalojos vecinales.

Por medio de la cita que se hizo célebre en el Patio Maravillas, “Nos quieren en soledad, nos tendrán en común”, Volanderas nos habla de la solidaridad cotidiana que nace en un barrio habitado por unas personas que han decidido que no quieren vivir nunca más solos, que saben que no hay vida más plena que la que surge de los lazos, de los vínculos afectivos, que establecen con sus vecinos, con sus iguales. Volanderas es un cántico a la comunidad, aunque haya quien todavía quiera hacer caso omiso al colectivo: “Pensábamos que las hojas volanderas eran útiles para los vecinos y queríamos saber por qué ellos no las leían. ‘¿No os interesan?’, preguntamos. ‘Para el fuego’, dijeron”. Si al menos no sirven para elevar su conciencia, al menos las volanderas les sirven para protegerles del invierno. Como la literatura.

David Becerra Mayor // Publicado en Mundo Obrero, nº 279 (diciembre, 2014)

Articulando el pesimismo. Notas para un cambio en la política cultural

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Walter Benjamin vivió tiempos oscuros poco dados a la celebración del optimismo, pero tampoco se trataba de claudicar, de rendirse ante la fatalidad. Benjamin apostaba por la articulación del pesimismo. Se trataba de canalizar las malas vibraciones de la época en torno a un proyecto político emancipador, capaz de combatir el fascismo y el capitalismo que lo generaba. Nuestros tiempos difieren de aquellos que sufrió Benjamin, ya que por el momento no huimos del nazismo para encontrar la muerte en Portbou. La crisis nos azota, pero no todo está perdido, hay espacios para la lucha, para la resistencia e incluso para la construcción del cambio. Y en el ámbito de la cultura, también. Solamente es necesario no caer en el pesimismo, sino articularlo políticamente.
            Para construir una política cultural distinta a la que promueve el modelo capitalista, resulta indispensable no errar en el diagnóstico. Hay que reconocer los problemas existentes para alcanzar resoluciones concretas. Y uno de los grandes escollos a los que nos tenemos que enfrentar, a la hora de construir una política cultural crítica y en libertad, es la concentración del capital editorial. Si acudimos a los datos comprobaremos de inmediato que cada vez se encuentra en menos manos la decisión entre lo que se puede y no se puede leer: en 1984 cerca del 50% de lo que se publicaba en España lo controlaba el 3,5% de las editoriales, y en 1998, de los 425.000 millones de pesetas que facturaba el sector editorial, 115.000 millones pertenecían al Grupo Planeta. No hay libertad de expresión cuando el poder se encuentra tan concentrado. Si democracia es repartir el poder, el ámbito editorial –tal y como está construido– se comporta de una manera muy poco democrática. Y si la función del Estado es hacer llegar la democracia donde no la hay, una primera resolución de política cultural tendría que pasar, obligatoriamente, por romper la tendencia monopolística del sector editorial en España. De lo contrario, se resentirá la salud semántica de este país.
            Una política cultural debe oponer resistencia a la mercantilización de la cultura. No podemos dejar que sean grandes multinacionales, cuyo sector no es precisamente el cultural, quienes gestionen la cultura. En los últimos años hemos asistido al bochornoso espectáculo de ver cómo marcas de helado han pasado a programar la cartelera de uno de los teatros más emblemáticos de Madrid o cómo las marcas de cerveza rebautizan las salas de conciertos, marcando su agenda. Si la cultura depende de la buena voluntad de las multinacionales, de la vocación altruista de un mecenas, difícilmente podremos construir una cultura crítica y en libertad.
            Por esta razón, es urgente desvincular la cultura de un entramado económico que, lejos de liberarla, la asfixia. Hay que rescatar la cultura de un modelo que solamente entiende la cultura ligada a los macro-eventos. En el capitalismo español, las inversiones en cultura han estado vinculadas al pelotazo inmobiliario y urbanístico. Al tiempo que la política del pelotazo construyó aeropuertos sin aviones y trenes sin pasajeros, se construyeron también bibliotecas sin libros y cines y teatros sin espectadores. Hay que modificar de raíz esta dinámica potenciando la cultura de base, transfiriendo las competencias en cultura a los centros sociales y culturales de barrios de pueblos y ciudades para que la ciudadanía no sea únicamente un receptor –o consumidor– de la cultura que hacen otros, sino que se convierta en productor cultural, se empodere a través de la cultura.   
Una crisis de régimen, como la que hoy vivimos, no sólo se traduce en una crisis económica y política, sino también en una crisis de los significantes en torno a los cuales había existido un consenso. La crisis ha vaciado de sentido esos significantes y es nuestra tarea reconstruirlos. Y uno de esos significantes es el de cultura. Tenemos que resignificar la palabra cultura, construir un nuevo significado que nos aparte de la lógica mercantil destinada al ocio y al espectáculo en que se había convertido con el capitalismo. Tenemos que volver a plantearnos qué entendemos por cultura para construir una cultura con potencial político y crítico, que no renuncie a intervenir en la plaza pública, que ejerza su derecho ciudadano de formar parte del debate, de la discusión, del disenso. Decía el poeta ecuatoriano Jorgenrique Adoum que la literatura se ha convertido en una niñera cuya función es hacernos dormir, es entretenernos cuando no trabajamos, como si cuando no estamos produciendo alguien tuviera que cuidar de nosotros, no vaya a ser que nos pusiéramos a pensar y a querer cambiarlo todo. Hay que construir una cultura distinta, otra, una cultura que en vez de conciliarnos el sueño, nos despierte del letargo.
Pero a la vez, cuando planteemos una nueva política cultural para tiempos nuevos, tenemos que reflexionar sobre el lugar que deberán ocupar los productores culturales en una sociedad post-capitalista. Se hace imprescindible diseñar un nuevo escenario donde no sólouna pequeña minoría de los productores culturales logre vivir de su trabajo y donde el resto tenga que compatibilizar un trabajo remunerado con su vocación artística o cultural. Ya decía Ángel Rama en un artículo titulado “Diez problemas para el novelista latinoamericano”, publicado en la revista cubana Casa de las Américas,en 1964, que los escritores, debido a la escasa remuneración de su trabajo como escritores, tenían que desarrollar otras actividades laborales, cumpliendo “en forma doble su contribución a la comunidad a la que pertenece”. Para evitar que los trabajadores culturales contribuyeran doblemente a la sociedad, Rama hablaba de la necesidad de reubicar a los profesionales de la cultura, remunerando su trabajo creativo a tiempo completo. De este modo, se impediría que los escritores se convirtieran en “écrivains de dimanche” y que, en consecuencia, su obra se tuviera que ver salpicada por “el apresuramiento, la improvisación, la falta de tensión y de rigor”, al “trabajar sobre la fatiga”. Ángel Rama estaba reclamando un nuevo lugar para los productores culturales, un lugar donde se reconociera que por medio de su trabajo artístico se estaba ya contribuyendo a la comunidad, sin tener que realizar otras tareas para lograr un sustento de vida. Es nuestra tarea encontrar/construir ese nuevo lugar.
Decía Hugo Chávez que si la naturaleza fuera un banco ya lo habrían rescatado. Lo mismo podemos decir de la cultura. Pero nadie va a venir a rescatar la cultura. Por este motivo, nos corresponde a nosotros emprender la tarea. Es ya urgente un plan de rescate de la cultura y de protección de los productores culturales. Parecen malos tiempos para la cultura, pero no nos dejemos caer en el pesimismo, articulémoslo políticamente. Empecemos. Manos a la obra. 




David Becerra Mayor // ADE Teatro. Revista de la Asociación de Directores de Escena de España, nº 125 (diciembre, 2014). págs. 8-9. Fuente: http://www.adeteatro.com/

Cuando google encontró a Wikileaks

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En la presentación en Madrid de su libro Cuando Google encontró a Wikileaks (Clave Intelectual, 2014), Julian Assange dijo, por videoconferencia, desde la Embajada de Ecuador en Londres, que el común de la gente concibe a Google como un Dios todopoderoso, implacable pero misericordioso. Es omnisciente, sigue todos nuestros pasos por la red, pero basta con ser buenos, con que no nos desviemos del camino marcado, para no recibir su castigo. La complejidad de Internet y el poco conocimiento que sobre él tenemos hace que parezca ante nuestros ojos como un ente metafísico. Incluso, como sucede con la religión, lo miramos con cierto escepticismo, ya que no lo vemos. Sin embargo, Google es muy real. Su poder, añadió Assange, es superior al que ha ostentado la Iglesia a lo largo de su historia: está mucho más centralizado y es más totalitario. “En Google todo está mediado por el centro de control, como si sólo el Vaticano existiese, como si cada persona tuviese contacto directo con un solo confesionario”, dijo el fundador de Wikileaks.

            Cuando Google encontró a Wikileaks empezó a gestarse, aunque su autor todavía no lo sabía, un día del mes de mayo de 2011. Assange se encontraba entonces bajo arresto domiciliario en Norfolk, una zona rural al nordeste de Londres, cuando recibió la visita de Eric Schmidt y Jared Cohen, director ejecutivo de Google y director de Google Ideas, respectivamente. Acudieron a Assange para entrevistarle. Para Assange esa entrevista suponía una oportunidad única para comprender –y acaso para influir sobre– la compañía más poderosa de la tierra. De aquella reunión nació The New Digital Age, un libro escrito por los dos directivos de Google, en el que Julian Assange no salía muy bien parado y sus palabras sufrieron tergiversaciones de todo tipo.
Cuando Google encontró a Wikileaks es, en parte, una respuesta al libro de Schmidt y Cohen. Assange rebate lo escrito con la transcripción literal de aquel encuentro que duró más de tres horas. Pero decimos «en parte» porque sería injusto considerar este libro sólo como una réplica. Cuando Google encontró a Wikileaks es mucho más que un ajuste de cuentas: es un riguroso análisis del punto de intersección entre el poder global de Estados Unidos y las corporaciones estadounidenses de tecnologías; o más concretamente, dando el nombre exacto de las cosas: entre la Casa Blanca y Google.
Wikileaks demostró que Internet se estaba convirtiendo en un lugar peligroso para el poder establecido. Como dice Assange en su libro, «Internet estaba sufriendo una rápida transformación, pasando de ser un apático medio de comunicación a una especie de demos, un pueblo que compartía cultura, valores y aspiraciones, un lugar en el que tenía lugar la historia, con el que sus habitantes se identificaban y del que incluso sentían que procedían». El 15M en España o Occupy Wall Street en la capital financiera del mundo son un claro ejemplo de la capacidad de convocatoria, de movilización social, que pueden tener las redes sociales. Al poder se le hacía urgente descubrir quién había detrás de las pantallas y Estados Unidos empezó a establecer alianzas con el poder tecnológico que representaba Google, una corporación con capacidad para recopilar más datos e información que la propia NSA (Agencia de Seguridad Nacional de Estados Unidos).
Google se convirtió en un emisario de Washington, en un disimulado cuerpo diplomático, cuya función era construir, desde las redes, la imagen de una sociedad civil que se organiza de manera autónoma –y al margen de los partidos políticos– para manifestar los intereses de la ciudadanía (pero con el apoyo de oscuras ONG y la financiación política de millones de dólares). Google tenía que vigilar los movimientos sociales que empezaban a emerger desde la red, potenciarlos cuando se opusieran a gobiernos enemistados con Estados Unidos, o bloquearlos cuando constituyeran un movimiento de oposición contra sus aliados. No es casualidad, como se muestra en el libro, que a Cohen se le haya podido localizar en Egipto en algún momento de la revolución, en Afganistán en 2009 o en Líbano, donde «trabajó en secreto para crear e instaurar un rival intelectual y clerical de Hezbolá, la Liga Chiíta». Google realizó tareas de «diplomacia encubierta», «haciendo cosas que ni siquiera la CIA estaba en condiciones de hacer».
Google forma parte de nuestra vida, se ha convertido en un orweliano Gran Hermano que todo lo mira. «Su logotipo, colorista y juguetón, está impreso en las retinas de casi seis mil millones de visitantes diarios», dice Assange. Nuestra vida –nuestras búsquedas, nuestros gustos, nuestras amistades, nuestras ideas políticas, todo– puede ser  rápidamente transferido desde Google a la Casa Blanca. Assange nos alerta de que somos demasiado tolerantes ante este ataque a nuestra privacidad, quizá porque no somos del todo conscientes de lo que ocurre en Internet. Pero, como apunta el fundador de Wikileaks, ha llegado la hora de buscar alternativas, y anima a América Latina a que, como Rusia y China, construyan otras redes que escapen de la red –nunca mejor dicho– del poder global de los Estados Unidos. «Si el futuro de Internet es realmente Google, mucha gente de todo el mundo [...] debería empezar a preocuparse seriamente por buscar una alternativa a la hegemonía cultural, económica y estratégica de Estados Unidos», concluye Julian Assange.
Cuando Google encontró a Wikileaks es un libro que da miedo. Podemos optar por vivir dándole la espalda al miedo, ignorando su existencia, o enfrentarnos al miedo, tomando conciencia de su poder real, y empezar a construir alternativas. El libro de Julian Assange es una apuesta por lo segundo.   

David Becerra Mayor // El Telégrafo, 16 de diciembre de 2014. Fuente: http://www.telegrafo.com.ec/cultura/medios/item/assange-se-concibe-a-google-como-un-dios.html 

El Quijote de Reverte

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“Ningún chaval de 15 años debería leer el Quijote a palo seco”, aseveró Arturo Pérez-Reverte durante el acto de presentación de la adaptación “para jóvenes lectores” del Quijote que él mismo ha realizado –eliminando las digresiones, las tramas paralelas, modificando el léxico, etc.– y que publica Santillana en colaboración con la Real Academia Española.

La afirmación del autor de Alatriste funciona como la última bala disponible, y por lo tanto desesperada, en una batalla que creen perdida de antemano. Ante la llegada de los bárbaros, la civilización sólo puede retroceder un paso y hacerles una concesión: ofrecerles uno de sus textos más preciados, pero adaptándolo a sus limitaciones. Los bárbaros, esos “jóvenes lectores” a los que se les presume cierta incapacidad para leer el Quijote, podrán adentrarse al texto, al templo de la civilización, poco a poco, y sin hacer ruido, ya que se han apartado los obstáculos con los que podrían tropezar en el camino. De lo contrario, piensan aquellos que viven instalados en un Parnaso con acabados de lujo, nunca serán capaces de salir del barro.

Las palabras de Pérez-Reverte no son una ocurrencia, forman parten de cierto “sentido común” instalado en aulas y ministerios, de un debate recurrente, aunque no siempre las partes llegan al cuadrilátero con argumentos sólidos ni siquiera bien documentados. Es frecuente ver en los pasillos de los institutos a profesores debatir sobre si es conveniente leer en las aulas los clásicos de la literatura, que según parece poco interés suscitan entre el alumnado, y que más que fomentar la lectura la desincentiva; o si, por el contrario, es mejor dejar que sean los propios estudiantes quienes elijan sus lecturas, aunque entre sus predilecciones se encuentren las famosas aventuras de “exóticos vampiros enamorados, guapos, pero con cara de no tener muy buena salud” (que diría Marta Sanz). Ante este dilema parece que la Academia ha optado por gritar “Amputación o barbarie”: es preferible, como un mal menor, amputar a uno de los nuestros, a Cervantes en este caso, que regalar el espacio de la lectura a libros de cuestionada calidad literaria.

Sin embargo, el debate parte de una falsa oposición. No se trata de escoger un texto u otro, como si uno fuera válido y otro no. En mi opinión, no existe un texto difícil, sino preguntas adecuadas, bien o mal formuladas, sobre el texto que una clase se dispone a leer. No se trata tanto de adaptar el texto –en este caso, el Quijote– sino las preguntas que vamos a realizarle al texto. Evidentemente, sin un marco conceptual, histórico y cultural dado, resultará del todo imposible que un estudiante de secundaria pueda comprender qué hay detrás de los “duelos y quebrantos” que come don Quijote los sábados, como se observa en la primera página del texto cervantino (cosa que también le ocurre, dicho sea de paso a Nabokov, en su Curso sobre el Quijote, al desconocer la realidad histórica de la España de la época y ofrecer una alucinada interpretación sobre el gesto heroico de comer animales que murieron de muerte accidental). El no saber obtener la respuesta puede conducir al alumnado a la frustración y la frustración al abandono de la lectura. Pero si el profesor es capaz, una vez facilitadas las herramientas, de formular una pregunta que el alumnado pueda responder, inmediatamente pasará a la página siguiente, al capítulo siguiente, al libro siguiente. No se trata de cambiar el texto, sino de cambiar la forma de trabajar los textos.

Lo mismo puede ocurrir con las historias de vampiros. Es cierto que son novelas de consumo, más destinadas al ocio que al conocimiento, cuya lectura difícilmente invita al joven lector a acudir a un clásico de la literatura, sino a un libro de la misma factura. Sin embargo, son textos que, bien trabajados, pueden resultar de gran utilidad en las aulas. Se trata de buscar las preguntas adecuadas: ¿por qué nos gusta?, ¿solamente porque nos entretiene?, ¿cómo se construye el gusto?, ¿qué hace el texto con nosotros?, ¿cómo nos construye?, ¿qué valores reproduce y legitima?, ¿salimos siendo los mismos de la lectura?, etc.

Todo texto puede ser trabajado en clase. No es necesaria ninguna amputación, no hace falta limpiarlo ni darle esplendor. Aunque, bien mirado, todo depende si queremos trabajar sobre la realidad o sobre su artificio, lo cual es en parte muy quijotesco. Si la justicia poética existiera, don Quijote regresaría a la vida no para ser pastor, como era su último anhelo, sino para resumir en un solo volumen Las aventuras del capitánAlatriste y adaptarlas para un público adulto. Porque ningún chaval, una vez ha cumplido los 15 años, es capaz de leerlas.

Los crímenes del franquismo de Crónica Popular

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Vídeo Presentación "Los crímenes del franquismo" de Crónica Popular
Ayer estuvimos presentando, en la Biblioteca Histórica Marqués de Valdecilla de la Universidad Complutense de Madrid, el suplemento de Crónica Popular, "Los crímenes del franquismo". Participaron Jaime Ruiz Reig, MªRosa de Madariaga, Mirta Núñez, Nicolás Sánchez-Albornoz y un servidor.

Un acto para recuperar la memoria histórica y literaria. 


"Agrupémonos todos en la lectura final". Entrevista a Constantino Bértolo

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Constantino Bértolo es crítico literario y editor. Autor de libros como La cena de los notables (Periférica, 2008) o Lenin, el revolucionario que no sabía demasiado (Catarata, 2012), ha sido en los últimos años el director literario de Caballo de Troya, una “editorial independiente” creada en el interior de una la multinacional como Random House. Antes fue editor en Debate y ejerció la crítica literaria en distintos medios. Hace unos meses, tras la fusión entre Random House y Penguin, la empresa le mostró la puerta de salida, le invitó a jubilarse. 
Añadir leyenda
«Si el capital funciona como un gestor de la ficción, deberíamos reflexionar, a través del comentario de distintas narraciones, sobre las posibilidades de hacer una lectura emancipatoria de la red de esas narrativas dominantes en las que viajan y se construyen nuestros imaginarios personales y colectivos».

Mundo Obrero: En la contracubierta de una de las últimas novelas que has publicado como director de Caballo de Troya, la “novela postestalinista, posmoaísta y postcapitalista” Canje de Víctor Sombra Macarrón, defines la jubilación como “ese paraíso que el capitalismo oferta entre la muerte laboral y la muerte física”. ¿Cómo invitan a Constantino Bértolo a poblar el paraíso, una vez se produce la fusión entre Random House y Penguin?
Constantino Bértolo:
Una vez que has pasado la frontera de los sesenta y cinco años desde el departamento de Recursos Humanos del grupo es bastante normal “la biológica invitación” para el cese de la relación laboral y más en unos momentos en que las empresas están reajustando a la baja los costes estructurales. Cuando la fusión con Penguin se produce, digamos que esa invitación se intensifica, y cuando la compra de Alfaguara aparece en el horizonte, la muerte laboral resulta unilateralmente inevitable. Parece evidente que a las empresas les interesa la reducción de puestos de trabajo, bien para amortizarlos con salarios más bajos o simplemente para suprimirlos de manera absoluta cuando no se ven como necesarios. En definitiva: una historia laboral como otras muchas en las que al trabajador le quedan pocos espacios de negociación, si bien es conveniente señalar que la decisión empresarial coincide con un final de ciclo profesional y personal que está relacionado con el predecible y barato relevo generacional. Que el nuevo proyecto para Caballo de Troya haya recaído en la escritora Elvira Navarro entiendo que responde también a esa necesidad de introducir nuevos horizontes, costes y criterios en el espacio editorial.

M.O.: ¿Qué hace Constantino Bértolo en ese paraíso cuando le jubilan de Caballo de Troya? ¿Se plantea, como hicieron otros editores expulsados del oficio tras una transacción similar, iniciar una nueva aventura editorial en solitario, sin el apoyo de un gran grupo detrás?
C.B.:
Con anterioridad a la jubilación y cuando veía que el final de mi trabajo como director literario dentro del grupo Random House estaba próximo, pensé en algún momento en la posibilidad de crear un sello digital propio centrado en la poesía que es un género que siempre me ha atraído de manera especial pero en que, por desgracia, casi nunca había podido abordar en mi trayectoria como editor, salvo en el caso muy excepcional del libro Mercado Común, excelente y profético desde mi punto de vista, de Mercedes Cebrián. Me apetecía, por decirlo así, poner el capital simbólico del que pudiera disponer al servicio de una iniciativa de edición digital haciéndola identificable con un rostro y un criterio literario. Porque pienso que es necesario que la edición digital deje de ser una especie de saco revuelto y sin apenas identidad y me gustaba la idea de trabajar en esa nueva dirección. No he descartado del todo esa posibilidad pero de momento y en todo caso la he retrasado hasta no sé cuándo. La verdad es que de pronto volví a ver mi mesa llena de manuscritos esperando contestación y me entró el desánimo. Como editor lo que peor he llevado es no tanto el trabajo de lectura y selección como esa perturbadora experiencia de saber que alguien está esperando una contestación y uno no logra poder hacerlo en un tiempo prudente. Esto siempre me ha creado angustia y me daba pavor volverme a encontrarme en esa situación. De momento mis expectativas han aparcado ese deseo.

M.O.: Cada vez más –y la compra de Alfaguara por parte de Penguin es un nuevo elemento de análisis– se encuentra en menos manos la decisión de lo podemos y no podemos leer. ¿Cómo afecta la concentración del capital editorial en lo que en alguna ocasión has denominado “la salud semántica” de este país
C.B.:
Entiendo que en general la concentración de capitales en cualquier sector económico, y por tanto en el mundo editorial, a lo que da lugar es a la mayor fuerza de oligopolios en ese singular espacio industrial, del que apenas se habla, que tiene como objetivo la producción de necesidades. Porque nadie llega al mercado en “estado de espontaneidad”. Antes incluso de que concurran vendedores y compradores, los productores de necesidades han hecho su trabajo, pues son ellos los que en gran parte determinan las carencias con que nos allegamos “libremente” a ese mercado. En el negocio editorial, como en tantos otros desde la aparición de las llamadas sociedades de consumo de masas, se han intensificado las características de la economía de oferta propia de aquellas actividades que, más que dedicarse a la satisfacción de necesidades reales, tienen como objetivo crear la necesidad de aquellas mercancías que están produciendo y van a ofertar a través del marketing, la publicidad o la promoción de determinados valores, deseos y sensibilidades. Se trata por tanto de ofrecer e impulsar el consumo de aquellas mercancías –libros, lecturas– que las propias editoriales de manera directa o indirecta presentan como necesarias para satisfacer la domesticada demanda, bien del conjunto mayoritario de la sociedad a través del lanzamiento de productos editoriales de amplio espectro, bien de grupos de consumo más minoritarios a través de productos más restringidos, “cultos”, “distinguidos”. Aquellos momentos históricos –no tan lejanos– en los que instancias no directamente mercantiles intervenían en la construcción del “qué leer”, vía sistema educativo, instrumentos de distinción de élites o, incluso, intervención política, creaban sus propias demandas de cultura, parecen haberse desvanecido. En consecuencia, creo que a lo que estamos asistiendo en el campo editorial es a una creciente uniformidad en esa creación de necesidades que atañen a la lectura que, a su vez, da lugar a la concentración de las ventas en un número cada vez más reducido de novedades que, por añadidura, y dado el dominio imperialista made in usa sobre las subjetividades colectivas, provoca que esa uniformidad tenga cada vez más un claro acento anglo e imperial gustosamente compartido por los colonizados. Si uno se asoma a las listas de los libros más vendidos de España, USA, Inglaterra, Alemania o Japón puede observar que, más allá de la presencia discreta de los “factores de producción locales”, las coincidencias son inquietantes de cara a la conservación de la “biodiversidad cultural” que a muchos nos sigue pareciendo, a costa de cargar con el san benito de provincianos (las provincias del Imperio), algo conveniente y necesario.

M.O.: Sin embargo, en tiempos de concentración de capital editorial, se está dando un curioso fenómeno: han surgido también interesantes proyectos editoriales independientes de pensamiento crítico. ¿Podrán dar batalla o en el momento en que despunten, comercialmente hablando, serán asimismo absorbidas por los grandes grupos?
C.B.:
Este fenómeno, aparentemente paradójico, creo que debe abordarse con empatía pero evitando caer en lo que suelo llamar “el entusiasmo metonímico” que consiste en, llevados por el deseo, confundir o identificar la parte por el todo. Convendría señalar que la aparición de pequeñas editoriales no supone de por sí ningún gesto o señal de confrontación entre el gran capital y los pequeños capitales. En cierto sentido y de forma general incluso podemos pensar que el papel de los pequeños capitales dentro de un sector económico concreto cumple el papel de exploradores del mercado a modo de externalizada y autónoma avanzadilla que por su ligereza –su escaso capital– permite tener información sobre la bondad o inconveniencia de adentrarse en nuevos territorios. En realidad este es un papel que inevitablemente cumplió la editorial Caballo de Troya dentro de la multinacional Random House. Por otra parte el fenómeno de las llamadas editoriales independientes –convendría determinar el independientes de qué–, y sigo hablando en general, es un producto indirecto de los bajos costes de producción y de los altos márgenes de beneficio que actualmente el comercio del libro disfruta. Esta doble condición explica la facilidad relativa con que se puede entrar (y salir) en el sector. Tampoco conviene dejarse llevar por el marketing ajeno y olvidar que la mayoría de las pequeñas editoriales independientes no se caracterizan, en España al menos, por su especial carácter crítico, ya en referencia a lo político, ya en referencia a lo literario, y sus criterios hegemónicos. Más bien podría hablarse de un aire conservador en uno y otro aspecto ejemplarizado en el escaso número de nuevos autores que acogen y en su claro enfoque hacia la introducción o reedición de autores y literaturas ya homologadas. Dicho esto, es sin embargo evidente que en los últimos años algunas pequeñas editoriales que habían surgido en las últimas décadas con clara vocación política –política de resistencia y combate frente al sistema capitalista actuante– han obtenido una visualización destacada de la que hasta hace poco no gozaban, es el caso de editoriales como Hiru, Virus, Barataria, Melusina, Laiovento, Xordica y otras, y es también evidente que al socaire de la crisis y de los movimientos que en ese escenario aparecen iniciativas editoriales como Capitán Swing, Tierra de nadie, Errata Naturae o La Oveja Roja que, entre otras, y sobre todo en el género del ensayo, retoman, arriesgan y propician catálogos más críticos y combativos.

Ahora bien, una nube no hace veranos por más que su presencia nos permita pensarla como señal de que la climatología puede estar cambiando y, más allá del necesario optimismo de la voluntad, parece necesario, para ponderar su real dimensión, que debemos aceptar la evidencia de que la contribución de las editoriales independientes, en general, y el de las editoriales críticas en concreto, a lo que llamaríamos “la lectura nacional bruta” es relativamente pobre y escasa, aunque esto no quiera decir que su peso cualitativo carezca de relevancia. La tiene sin duda, pero dentro de un sector reducido de la población, aun cuando las circunstancias políticas recientes nos puedan hacer pensar que ese hecho puede estar transformándose. De momento lo que la sociedad española está leyenda por desgracia no es a tal y tal y tal, sino a Kent Follet, Paulo Coelho, Patrick Rothfuss, etc. Es decir: la contribución a la salud semántica general de nuestra sociedad de esas editoriales es escaso a pesar de que su participación en la acumulación de capital simbólico y cultural en las minorías ilustradas sea alto.

M.O.: Cuando en los años noventa ejerces como director literario de Debate, tu objetivo era encontrar voces narrativas críticas en un momento en el que la tendencia literaria era justamente la contraria, donde la novela se definía por su aideologismo y la ausencia de conflicto político y social. Difícil tarea que sin embargo resolviste descubriendo autores como Ray Loriga o Marta Sanz, novelistas que, si bien estaban muy lejos de la novela crítica y social, sí rompían el consenso de que vivíamos en el mejor de los mundos posibles, construyendo una literatura a partir del malestar. La literatura –lo dice Juan Carlos Rodríguez– satura y sutura, y en estos casos parece evidente: suturaban la ideología dominante, mostrando un malestar que era individual, existencial, y no buscaba su subsanación en lo colectivo sino en su interior, pero a la vez saturaba la ideología dominante, la desbordaban, al hacer visible un malestar que, si no era contenido, terminaría estallando. ¿El encuentro con esa literatura, su descubrimiento, supuso el cumplimento del objetivo que te habías marcado?
C.B.:
La editorial Debate es una de las pequeñas editoriales que surgen al final del franquismo proponiendo un catálogo comprometido con la cultura democrática que el país venía reclamando. Sus colecciones de psicología, derecho o pedagogía cumplían con especial acierto con la necesidad de poner al día la bibliografía más actual y rigurosa en esos campos. Al tiempo, había mantenido una división literaria en la que se habían estrenado autores como Jorge Reverte, Emma Cohen o Rosa Montero pero que desde la desaparición del mentor literario, había perdido presencia en ese campo. Cuando me incorporo a la Debate lo hago precisamente con el objetivo de recuperar para la editorial unas señas de identidad literarias fuertes, tarea para la que contaría con el respaldo y comprensión de Ángel Lucía, su propietario, que me va a conceder total autonomía dentro, eso sí, de los estrechos límites económicos permitidos por la delicada situación económica por la que atravesaba la empresa. Eran años en los que efectivamente la literatura española, y en concreto la narrativa, vivía autosatisfecha crítica y comercialmente el fenómeno de la llamada nueva narrativa económica aplaudida por cuanto suponía “la normalización” de las relaciones entre literatura y mercado que la cultura del antifranquismo había venido rechazando. En ese contexto estético y en las condiciones económicas citadas, se trataba, inevitablemente, de ser diferente y desde la diferencia tratamos de proponer un catálogo capaz de intervenir y hacerse sentir en el campo literario buscando un cambio de propuesta estética y por consiguiente unas “lecturas” no obvias de la realidad. Y el trabajo de exploración y selección resultó bastante satisfactorio. Con la primera novela de Ray Loriga, por ejemplo, aparece una voz narrativa muy singular e inesperada que da cuenta de un nuevo paisaje vital que ya nada tenía que ver con el espacio abierto por las ondas del 68. La primera novela de Francisco Solano parecía apostar claramente por un adiós a la narratividad de fórmulas y clichés. La primera novela de Marta Sanz rompía los códigos y expectativas de “las novelas de amor y desencuentro” y el primer libro de relatos de Luis Magrinyà ponía sobre el tapete una escritura que exigía algo más que un lector con ganas de distraerse o pasar el tiempo. Cierto que ninguna de estas obras recogía o retomaba lecturas manifiestamente políticas o directamente críticas sobre el momento dulce en el que la España socialdemócrata estaba encantada de conocerse, pero que, como bien indicas, tampoco se sumaban al festejo del ya somos europeos, guapos y cosmopolitas. El pulso crítico se reflejaría en la edición, sin éxito, de nuevos libros de Antonio Ferres o López Pacheco y en la puesta en marcha de una colección de ensayo literarios donde se publicaron textos tan significativos como El escritor que compró su propia obra de Juan Carlos Rodríguez, La guerra fría cultural de Francis Stonors o Decadencia y caída de la ciudad letrada de Jean Franco. Pero una editorial no es solo un catálogo y desde el momento en que pasó a ser propiedad del Grupo Berstelman Random House, la necesaria confluencia de objetivos y estrategias entre la dirección editorial y el departamento comercial nunca tuvo lugar y este desencuentro, que sin duda no supe reconvertir o templar, no permitió asentar aquellas andaduras editoriales.

M.O.: Después de Debate, pones en marcha una editorial “independiente” como Caballo de Troya dentro de un gran grupo. ¿Cómo se explica esta contradicción?
C.B.:
Bueno, en el mientras tanto se produce una nueva fusión entre el grupo Random y el grupo Mondadori que hizo razonable un reajuste de líneas dejando Debate de publicar literatura. En esa situación vi conveniente –para mi salud laboral– proponer al grupo la creación de un nuevo sello que recogiese en parte la estrategia desarrollada en la antigua colección de Punto de partida a fin de publicar sin demasiados riesgos económicos nuevas voces, nuevos autores o nuevas literaturas. Y la proposición fue aceptada así como el nombre de Caballo de Troya con el que a modo de declaración de intenciones bautizamos la iniciativa. Se creó así un sello con perfil de editorial independiente, es decir, de bajo coste y escaso presupuesto, con el objetivo de explorar “lo nuevo”, a modo de un invernadero, un laboratorio o un club de cantera. Los bajos costes y el propio objetivo experimental del sello editorial le concedía a la tarea unos márgenes de libertad muy altos a la hora de confeccionar el catálogo; libertad que de manera casi inevitable llevaba como penitencia el escaso peso de la editorial dentro de la actividad total del Grupo Editorial: poca o nula promoción, poco o nulo marketing, poco o nulo apoyo logístico. La libertad que conllevaba la ausencia de exigencias económicas directas tenía esa contracara: el discreto apoyo comercial. En cualquier caso, y dado que no se contaba con una exigencia de rentabilidad directa, se planteaba claramente la posibilidad de propiciar no ya una literatura no volcada al mercado sino enfrentada a sus tendencias. Ese hecho le otorgó el rasgo pertinente que, más allá de otras valoraciones, hizo de Caballo de Troya una editorial con las señas propias de una editorial de referencia. De ahí la presencia en el catálogo de narrativas que se oponían claramente al relato de satisfacción general con el que la sociedad española estrenaba el nuevo siglo. No se trata de reclamar ánimos proféticos alguno pero entiendo que títulos como, Palestina. El hilo de la memoria, El malestar al alcance de todos, Una vacaciones baratas en la miseria de los demás, El año que tampoco hicimos la revolución, La paz social, Los mercaderes en el templo de la literatura, La frontera Oeste. Diario de un inmigrante, Una puta recorre Europa, Komatsu PC-340, Nada sucedía como había imaginado o Materia prima, señalan de manera suficiente la actitud crítica y la intención civil de la literatura que el catálogo recoge.

M.O.: ¿La literatura debe trabajar siguiendo la estrategia del caballo de Troya o debe, más que asaltar la ciudad sitiada, construir una ciudad nueva fuera de sus muros?
C.B.:
Creo que debe de procurar, dialécticamente, realizar ambas tareas en un mismo gesto: asaltar para construir. No asaltar para apoderarse y asentarse en la ciudad conquistada sino para romper murallas, limpiar sótanos, enterrar la propiedad privada de los medios de producción, abrir y socializar las calles y las lecturas, tomar el control de la producción de necesidades y atreverse a imaginar unas formas de convivencia y producción que en las actuales condiciones son imposibles de imaginar. Asaltar, destruir lo que haya que destruir, recuperar lo que haya que recuperar, reconstruir lo que nunca llegó a construirse: un futuro en el que la humillación física o mental no sea necesaria.

M.O.: En Caballo de Troya te propones encontrar nuevas voces, autores jóvenes que a su vez produzcan una literatura que se proponga intervenir en la realidad. Desde que estalló la crisis parece un momento idóneo para ello, ya que escritores que antes rehuían toda forma de compromiso en la literatura, reivindicando su autonomía respecto a lo político y lo social, ahora están escribiendo “novelas de la crisis”. ¿Cómo distinguir el grano de la paja? ¿Cómo distinguir entre las narraciones sobre la crisis escritas desde la pérdida (una clase media que lamenta la precariedad redescubierta) y las novelas que sí ponen al descubierto la contradicción capital/trabajo?
C.B.:
Creo que en la propia pregunta cabalga la respuesta. La tentación narrativa que se ha hecho presente a partir de la crisis es la de halagar “la rabia” para vender la “nueva conciencia”: sentirse con derecho a “ser de los buenos”, de los “nuevos buenos”. La clave no está en los sustantivos ni en los adjetivos sino en el verbo: vender y para vender seducir: una gotas de miserabilismo, unas gotas de rebeldía, frases sentenciosas en plan de héroes desengañados, unas gotas de exotismo social, una gotas de lo políticamente incorrecto que se ha vuelto correcto, un chorro de tremendismo, otro chorro de sentimentalismo, mucha y acogedora estética del fracaso, mucha “condición humana desgarrada”, mucho existencialismo cursi y ausencia total de política concreta. Y aquello del refrán pero al revés: se dicen los pecadores: malos banqueros, malos jefes, maltratadores a mogollón, corruptos mil, violentos por doquier, pero no el pecado: la propiedad privada de los medios de producción. No deja de ser curioso que las novelas que más triunfan sobre entre el público progre siempre tratan de perdedores. Tantos novelistas triunfadores bien podrían contarnos los peldaños que los llevaron al éxito. Creo que los tiempos no están pidiendo novelas sociales sino novelas políticas: aquellas que dan cuenta de las relaciones sociales con que esa propiedad privada nos escribe haciéndonos creer sin embargo que nuestras vidas las escribimos nosotros.

M.O.: La crítica literaria, ¿sigue asistiendo a la cena de los notables o, con la irrupción de medios alternativos en internet, se ha distanciado del objeto que reseña mirándolo desde los postigos abiertos?

C.B.: Sigue habiendo clases. Aquella vieja crítica que se sigue publicando en los suplementos culturales de los medios de comunicación que mantienen algo de la influencia que en otros tiempos tuvieron, todavía tiene derecho de admisión y asiento en la sala donde tiene lugar el banquete, pero cada vez las autoridades pertinentes les conceden peor sitio y los sientan en mesas estrechas y alejadas, en sillas incómodas y rincones con poca visibilidad. Desde ahí ya apenas alzan la voz y si lo hacen es para el aplauso y el halago. El sitio donde antes se asentaban está ahora ocupado por los jefes de compra de las grandes cadenas, o por los diseñadores del Nielsen y controladores de las listas de libros más vendidos. Para la nueva crítica, la que tiene lugar en los blogs y revistas y revistillas digitales, se ha adecuado un espacio exterior, más allá de los postigos pero en primera línea, con mejor acceso que el público en general a lo que dentro se habla, y a esa crítica se les hace llegar el briefing del evento y en ocasiones hasta reciben sobras y platos fríos del banquete. La crítica tradicional sigue diciendo lo de siempre al ritmo que marca la batuta de los departamentos de marketing de las editoriales y esa nueva crítica digital, en la que tantas ilusiones se depositaron, al menos de momento remite en su conjunto a una especie de jaula de grillos que funciona como fondo acústico que crea más confusión que sonido. Las últimas estrategias de los departamentos de marketing consisten en ningunear todavía más la mesa de los críticos para dar más realce a la de los libreros y en halagar a la clientela creando, bajo el rótulo de talleres de lectura, seudocenas de notables en el exterior siguiendo la estela de esa nueva estrategia de negocio que se oferta como “consumo creativo”, que es lo último de lo último en marketing. Con todo cabe esperar que la aparición en la escena de la publicación digital pueda originar un tipo de crítica que asuma la responsabilidad propia de quien osa tomar la palabra en público aunque no sepamos bien cómo serán esos posibles nuevos caminos si la crítica reaparece.

M.O.: Has publicado recientemente un libro sobre Lenin (Lenin, el revolucionario que no sabía demasiado, Catarata, 2012). ¿Para qué nos sirve Lenin hoy? Lenin, que escribió páginas muy lúcidas sobre literatura, ¿qué diría sobre nuestra narrativa actual?

C.B.:
Voy a intentar decirlo muy brevemente: Lenin nos debería servir para no olvidar que si bien el combate por la revolución tiene y puede tener lugar en escenarios diferentes que exigen y exigirán estrategias y tácticas diferentes, siempre y en cualquier caso lo que no se puede olvidar que ese combate despertará en algún momento fuertes, inevitables y cruentas resistencias por parte de la burguesía y, por tanto, es necesario e imprescindible que las fuerzas de la revolución estén preparadas desde el primer momento para afrontar con las mejores armas posibles ese enfrentamiento. Lenin además nos recuerda que como consecuencia de ese enfrentamiento la revolución debe organizar su dominación o dictadura con las características a que den lugar las propias condiciones del enfrentamiento. No sé qué pensaría Lenin de la narrativa española actual. Son elucubraciones que me parecen estériles, pero confieso que sí me gustaría poder leer la lectura que Lenin haría de una novela tan fértil como es El homóvil de Jesús López Pacheco.

M.O.: ¿Narrativa, que algo queda?
C.B.:
Así he titulado un posible libro sobre el que estoy trabajando. Se trata de hacer una reflexión sobre las relaciones imaginarias entre la figura del narrador y la figura del autor partiendo de un presupuesto marxista: el narrador como ese trabajador que vende su fuerza del trabajo, esa empresa que llamamos autor. A partir de ahí, y entendiendo la lectura como una actividad de intercambio comercial, se trata de replantear las hipótesis o imaginaciones consiguientes: dónde y cómo se genera y distribuye el beneficio narrativo, cuál es el salario que recibe el narrador, qué relaciones sociales se establecen entre el narrador, el autor y el capital, cómo son las relaciones entre autoría y propiedad de la narración, análisis del estatus sociocultural del narrador, actitudes posibles del narrador-trabajador respecto su trabajo: narración y sabotaje, la toma del palacio de la narración, Agrupémonos todos en la lectura final, etc... Son ideas que tienen su origen en la reflexiones generadas por ese texto tan singular que es el Bartleby el escribiente y sobre el que se han escrito muchas interpretaciones simbolistas sin apenas advertir que el narrador de esa narración es el mismo dueño de la escribanía en la que Bartleby trabaja y que, como buen capitalista, es capaz de capitalizar – al usufructuar el rol de narrador– la historia de ese empleado rebelde, demostrando así que el capital tiene en sus manos la posibilidad de extraer plusvalía de actitudes de rebeldía o rechazo individual en cuanto que es el capital el real propietario de los medios de producción de la narración, de la narración de la historia de Bartleby y de la historia de todos nosotros. El capital como gestor de la ficción. Se trataría por tanto de reflexionar, a través del comentario de distintas narraciones, sobre las posibilidades de hacer una lectura emancipatoria de la red de esas narrativas dominantes en las que viajan y se construyen nuestros imaginarios personales y colectivos. No deja de ser un proyecto de exploración sin que en estos momentos pueda atisbar sus resultados.

M.O.: ¿Cuáles crees que tendrían que ser los ejes sobre los que giraría una política cultural de izquierdas, con un horizonte transformador y emancipador?
C.B.:
Creo que en general la izquierda ha sido víctima de un entendimiento de la cultura como un paquete de actividades conceptual e instrumentalmente ya dado que, en función de los presupuestos disponibles y posibles en cada momento o circunstancia, se ofrece a la sociedad. Es decir, la cultura como parte del paquete electoral y casi siempre con una función ornamental y complaciente. Entiendo que esa visión es más propia de un gerente de contenidos que de una instancia política encaminada a intervenir en la transformación de los sistemas de auto y heteroobservación en los que la dinámica cultural se expresa. Creo necesario asumir que la cultura no es un conjunto cuantitativo de elementos cuya valorización está ya definida y delimitada sino que, desde posiciones de izquierda, es imprescindible entender la cultura como proceso, como un sistema dinámico de comunicación del que ciertamente se habrán de derivar tanto las escalas de valores, los medios de formación e información y los servicios y las industrias culturales, pero no como meta o balance sino como herramientas de transformación e identidad.

La izquierda tiene que proponer la cultura como un proceso continuo de redefinición, reelaboración y evaluación de ese complejo sistema de observación y orientación, construido con elementos tangibles e intangibles, del que nos servimos a la hora de relacionarnos tanto con nosotros mismos como con los otros, tanto con nuestro presente como con nuestro pasado o nuestro futuro. Se trataría para la izquierda de seguir, al modo dialéctico en que se produce eso que llamamos la vida, un doble pero único proceso de destrucción y construcción: destruir aquellos elementos de la cultura hoy existente que son elementos de dominación de clase, y al tiempo, y sin renegar de la oportuna reutilización de materiales y recursos que forman parte de lo existente, propiciar el marco y las herramientas posibles para la emergencia de una cultura que contenga el gesto emancipatorio, necesario para romper con la “naturalidad” desde la que hoy lo cultural nos presenta, vende e inocula las relaciones entre el capital y el trabajo. No se trataría por tanto de ofrecerse como productores de la “mercancía Cultura” ni como defensores de un Estado que asuma como tarea básica el ejercer una labor subsidiaria y benéfica que supla las carencias que el sistema de mercado produce, sino como agente movilizador con la misión de facilitar las condiciones materiales e inmateriales, los marcos y las herramientas necesarios para que las distintas unidades de convivencia, desde los barrios al Estado faciliten la emergencia de esa “cultura en clave de ofensiva” que la sociedad, en cada una de esas instancias o comunidades donde se reparte, reclame y organice como instrumento para la identidad, la orientación, el recuento y el combate. Entiendo que una gestación y gestión de lo cultural en la onda de los presupuestos participativos de Porto Alegre, es decir, la deliberación y elaboración del mapa de necesidades en ese y otros campos desde las instancias donde la convivencia tiene lugar, podría ser para la izquierda, allá donde alcance poder político y económico, brújula para una cultura no dominada por los valores que el dominio de clase nos ha venido imponiendo. Se trataría por tanto de acabar con la propiedad privada de los medios de producción de necesidades que hoy detenta el control de los imaginarios hegemónicos; esa batalla en la que históricamente, y al menos hasta el momento, los movimientos revolucionarios siempre han sido derrotados.

David Becerra Mayor // Mundo Obrero, nº 279 (diciembre, 2014). Fuente: http://www.mundoobrero.es/pl.php?id=4438 

El retrato pornográfico de los Borbones

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Si les pareció empalagoso el retrato de la familia real realizado por Antonio López, sea porque no les interesa el arte cortesano, sea porque el exceso de luz en realidad ocultaba las partes oscuras de tan regia familia, acaso una buena forma de reconciliarse con la pintura palaciega sea aproximarse a las acuarelas satíricas firmadas por el seudónimo SEM, y normalmente atribuidas a los hermanos Bécquer, Valeriano y Gustavo Adolfo, tituladas Los Borbones en pelota.
Los Borbones en Pelota (ed. Olifante, 2014)



Aunque está muy extendida la expresión «en pelotas», en plural, para referirse al desnudo, por la asociación que se establece, por su cuestiones obvias, entre los testículos y las pelotas, lo cierto es que en su origen la expresión se escribía en singular, ya que «pelota» era el nombre que recibía la prenda interior que se usaba en los siglos XVI y XVII.

En Los Borbones en pelota la monarquía no aparece tan favorecida como en el retrato de Antonio López. Estas acuarelas, que fueron publicadas en revistas periódicas de la época, aunque también en aleluyas o litografías sueltas, entre 1865 y 1872, muestran a la reina Isabel II y a su comitiva de cortesanos en las alcobas, y no descansando después una agitada jornada de trabajo precisamente. Se trata de una colección de imágenes satíricas que, acompañadas por frases o versos igualmente mordaces que ponen en palabras lo que la imagen enseña, caricaturizan la vida política del reinado de Isabel II desde una perspectiva claramente antimonárquica.
 
Son dibujos que rozan, y en ocasiones superan, lo pornográfico. En ellos reconocemos a los personajes más ilustres de la época, desde Sagasta hasta el Papa, además de los siempre presentes Borbones, sin ropa y en el ejercicio de distintas actividades lujuriosas. Con el sexo al aire, vemos a la reina masturbándose o regodeándose de placer con distintos personajes, sean clérigos, viejos, diputados o «con chulo, cetro y corona», como reza el texto que acompaña una acuarela. Mientras tanto, Francisco de Asís, el esposo de la reina, aparece siempre ilustrado con cuernos que adornan su frente o entendiéndose con una monja, cuando no se le nombra directamente «el rey consorte /primer pajillero de la corte». Todo ello, con la convulsa vida política de fondo, con especial atención a la revolución de septiembre de 1868, denominada «La Gloriosa», que puso fin al reinado de Isabel II. En fin, los Borbones en estado puro, siempre envueltos en escándalos morales y políticos. Más o menos, como ahora.

El rey consorte, / primer pajillero de la corte
Isabel II con su intendente Carlos Marfori. Fco de Asís. A la derecha espera un batallón de guardia, (CC)
Los Borbones en pelota acaba de conocer una nueva –y original– edición, coordinada por Manuel Martínez Forega para la editorial Olifante Ibérico. Esta edición, además de presentar las acuarelas originales, se completa con textos y poemas escritos en la actualidad, que glosan, en prosa o en verso, lo que sucede en las sátiras. Entre la nómina de autores –casi un centenar– que integran esta edición de Los Borbones en pelota destacan poetas como Antonio Orihuela, Alberto García Teresa o Luis Alberto de Cuenca, intelectuales como Ramón Acín o Fernando Aínsa, o  políticos como Chesús Yuste. Todos estos textos, de un modo u otro, actualizan o dan continuidad a unas imágenes que tal vez, a pesar del siglo y medio de distancia, no han perdido del todo la vigencia. 

Además, esta edición Los Borbones en pelota está precedida por un riguroso estudio introductorio del profesor  Jesús Rubio Jiménez, en cuyas páginas cuestiona que la autoría de esta colección de acuarelas pertenezca en exclusiva a los hermanos Bécquer. Para ello el autor considera conveniente no perder de vista la secuencia cronológica.

Las acuarelas Los Borbones en pelota fueron ingresadas en la Biblioteca Nacional en 1986 y publicadas por primera vez como conjunto por Lee Fontanella en 1991. En la edición de Fontanella se atribuye la autoría de las acuarelas a los hermanos Bécquer al retomar, sin cuestionamiento crítico, los estudios realizados en la década de los cincuenta del siglo XX. Todo el malentendido partía de una nota necrológica sobre Adolfo Gustavo Bécquer, publicada en la revista Gil Blas, donde se decía que los hermanos Bécquer habían firmado sus dibujos en la primera época de esa misma revista usando el pseudónimo SEM.

Esta nota sirvió para armar la teoría de los hermanos Bécquer como autores de Los Borbones en pelota. Cuando en 1991 se publicó la edición de Fontanella dio comienzo al debate. Unos no creían que un poeta sensible como el romántico –o post-romántico: no es este lugar para controversias académicas– Gustavo Adolfo Bécquer pudiera verse mezclado con imágenes satíricas, de elevado contenido pornográfico, como las que mostraban las acuarelas; otros, la mayoría, asumieron la identificación de la firma SEM con los hermanos Bécquer a la ligera, sin reparar en otras cuestiones que parecían contradecir tal asociación.
Sentada está en su poltrona / con chulo, cetro y corona

Rubio Jiménez, el autor del estudio de esta edición de Los Borbones en pelota, se opuso a la identificación no porque le causara incredulidad la asociación entre las imágenes y el romanticismo becqueriano, sino porque observó que la cronología no encajaba. Si bien puede ser cierto que, como reza la necrológica, los Bécquer pudieron publicar en Gil Blas bajo el pseudónimo SEM en 1965, también es verdad que SEM siguió firmando litografías una vez los hermanos Bécquer habían fallecido. ¿Quién hay detrás de SEM? ¿Varios autores? Es probable, pero lo que parece seguro, según ha demostrado Jesús Rubio Jiménez, es que el autor de algunas acuarelas fue el pintor republicano Francisco Ortego. Esta edición, pues, se publica ya sin el nombre de los Bécquer en el lomo del libro, dejando su autoría en la misteriosa firma SEM.

Sea como fuere, en Los Borbones en pelota los tatarabuelos de quienes hoy ostentan el cetro y la corona, y no sabemos si algo más, no salen tan favorecidos como en el retrato de Antonio López, pero acaso ilustran mejor los escándalos que desde aquellos años les vienen acompañando. 

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